FRESAS AMARGAS[791]

Se pasaron la mañana en el fresal

Hablando de los rusos.

Acuclilladas entre las hileras

Las escuchábamos.

Oímos decir a la jefa[792]: “Deberíamos

Bombardearlos y borrarlos del mapa”.

Los tábanos zumbaban, se detenían y picaban.

Y el sabor de las fresas

Se iba espesando y agriando.

Mary dijo despacio: “Tengo un viejo

Amigo[793] al que podríamos acudir

Si pasase algo…”.

El cielo estaba alto y azul.

Dos niñas reían y jugaban

A la llevas en la hierba alta,

Saltando desmañadas y larguiruchas

Sobre las roderas del camino.

Los campos estaban llenos de muchachos bronceados

Recogiendo lechugas, arrancando apios.

“Han aprobado el anteproyecto”, dijo la mujer.

“Deberíamos haberlos bombardeado hace tiempo”.

“No”, suplicó la niña

De trenzas rubias.

Sus ojos azules se inundaron de un terror vago.

Ella añadió con rudeza: “No entiendo por qué

Tienes que hablar siempre así.

“Venga, deja ya de preocuparte, Nelda”,

Chascó la mujer cortándola.

Luego se levantó: una figura delgada, dominante,

Con unos pantalones de peto raídos.

Con aire de eficiencia nos preguntó: “¿Cuántos kilos?”.

Apuntó el total en su cuaderno,

Y nosotras seguimos recogiendo.

Arrodilladas junto a las hileras,

Metíamos las manos entre las hojas

Con ágiles, prácticos movimientos,

Protegiendo la fresa con la palma

Antes de arrancar el rabillo de la rama

Con el pulgar y el índice.