Se pasaron la mañana en el fresal
Hablando de los rusos.
Acuclilladas entre las hileras
Las escuchábamos.
Oímos decir a la jefa[792]: “Deberíamos
Bombardearlos y borrarlos del mapa”.
Los tábanos zumbaban, se detenían y picaban.
Y el sabor de las fresas
Se iba espesando y agriando.
Mary dijo despacio: “Tengo un viejo
Amigo[793] al que podríamos acudir
Si pasase algo…”.
El cielo estaba alto y azul.
Dos niñas reían y jugaban
A la llevas en la hierba alta,
Saltando desmañadas y larguiruchas
Sobre las roderas del camino.
Los campos estaban llenos de muchachos bronceados
Recogiendo lechugas, arrancando apios.
“Han aprobado el anteproyecto”, dijo la mujer.
“Deberíamos haberlos bombardeado hace tiempo”.
“No”, suplicó la niña
De trenzas rubias.
Sus ojos azules se inundaron de un terror vago.
Ella añadió con rudeza: “No entiendo por qué
Tienes que hablar siempre así.
“Venga, deja ya de preocuparte, Nelda”,
Chascó la mujer cortándola.
Luego se levantó: una figura delgada, dominante,
Con unos pantalones de peto raídos.
Con aire de eficiencia nos preguntó: “¿Cuántos kilos?”.
Apuntó el total en su cuaderno,
Y nosotras seguimos recogiendo.
Arrodilladas junto a las hileras,
Metíamos las manos entre las hojas
Con ágiles, prácticos movimientos,
Protegiendo la fresa con la palma
Antes de arrancar el rabillo de la rama
Con el pulgar y el índice.