La amabilidad se desliza por mi casa.
Doña Amabilidad[779], ¡siempre tan gentil!
Las joyas azules y rojas de sus anillos humean
En las ventanas, los espejos
Se llenan de sonrisas.
¿Hay algo tan real como el llanto de un niño?
El chillido de un conejo puede ser más salvaje
Pero no tiene alma.
El azúcar lo cura todo, dice la Amabilidad.
El azúcar es un fluido necesario,
Sus cristales actúan como un pequeño cataplasma.
Ah, querida amabilidad,
¡Con cuánta dulzura recoges los pedazos esparcidos!
Mis sedas japonesas, esas mariposas desesperadas,
Pueden ser disecadas, anestesiadas en cualquier momento.
Pero aquí vienes tú[780], con una taza de té
Coronada de vapor.
El chorro de sangre[781] es poesía,
No hay manera de pararlo.
Tú me allegas dos niños, dos rosas.
1 de febrero de 1963