La locomotora está matando la vía, la vía de plata
Que se prolonga en la distancia. Aun así,
Por mucho que corra, ella se la zampará.
El anochecer asiste a la belleza de los campos anegados,
El alba tiñe de rojo[760] a los campesinos como si fuesen cerdos,
Mientras ellos se bambolean ligeramente en sus trajes gruesos,
Frente a las torres blancas de Smithfield,
Con la cabeza llena de jamones y de sangre[761].
El brillo de las cuchillas no tiene piedad,
La guillotina del carnicero, que susurra: “¿Cómo puede, cómo puede ser esto?”.
En la palangana[762] yace la liebre abortada,
Con su cabeza de cría quitada de en medio, embalsamada en especias,
Desollada de pellejo y de humanidad.
Comámonosla como si fuese la placenta de Platón,
Comámonosla como si fuese el cuerpo de Cristo.
Ésta es la gente que antaño fue importante:
Sus ojos redondos, sus dientes, sus muecas
Sobre un bastón que cascabelea y restalla, como una falsa serpiente[763].
¿Me asustaré al ver el capuchón de la cobra[764],
La soledad de su ojo, el ojo de las montañas
En el que el cielo se enhebra a sí mismo eternamente?
El mundo es de sangre caliente y muy suyo,
Afirma el alba con su rubor.
No hay ninguna terminal, sólo maletas
De las cuales vamos sacando siempre el mismo yo, como un traje
Sencillo pero flamante, con los bolsillos llenos de deseos,
Nociones y billetes, cortocircuitos y espejos de mano.
Estoy loca, grita la araña, agitando sus incontables brazos.
Y realmente espanta,
Multiplicada así, en los ojos de las moscas
Que zumban como niños azules
En las telarañas del infinito,
Atrapadas al fin por la única
Muerte de incontables ardides[765].
28 de enero de 1963