El cordero dominical cruje en su grasa.
La grasa
Sacrifica su opacidad…
Una ventana, oro sagrado.
El fuego la vuelve preciosa,
El mismo fuego
Que funde a los herejes de sebo
Y expulsa a los judíos.
La densa humareda[735] de sus paños mortuorios flota
Sobre la cicatriz de Polonia[736], la calcinada
Alemania.
No mueren.
Pájaros grises obsesionan mi corazón,
Ceniza de boca, ceniza de ojo.
Se asientan. En el alto
Precipicio
Que arrojó a un hombre al espacio[737]
Los hornos resplandecían como cielos, incandescentes.
Este holocausto[738]
En el que me adentro es un corazón,
Ah, niño dorado que el mundo matará para comérselo.
19 de noviembre de 1962