208. LA CANCIÓN DE MARÍA[734]

El cordero dominical cruje en su grasa.

La grasa

Sacrifica su opacidad…

Una ventana, oro sagrado.

El fuego la vuelve preciosa,

El mismo fuego

Que funde a los herejes de sebo

Y expulsa a los judíos.

La densa humareda[735] de sus paños mortuorios flota

Sobre la cicatriz de Polonia[736], la calcinada

Alemania.

No mueren.

Pájaros grises obsesionan mi corazón,

Ceniza de boca, ceniza de ojo.

Se asientan. En el alto

Precipicio

Que arrojó a un hombre al espacio[737]

Los hornos resplandecían como cielos, incandescentes.

Este holocausto[738]

En el que me adentro es un corazón,

Ah, niño dorado que el mundo matará para comérselo.

19 de noviembre de 1962