205. MUERTE Y CÍA[722].

Dos. Por supuesto hay dos.

Cosa que ahora me parece de lo más normal.

Hay uno que jamás alza la vista, con unos ojos enormes

Bajo los párpados cerrados, igual que los de Blake[723],

Y que exhibe

Sus marcas de nacimiento, que son su marca de fábrica:

La quemadura del agua hirviendo,

El desnudo

Cardenillo del cóndor.

Yo soy carne fresca para él. Me ataca

De lado con su pico, pero yo aún me resisto.

Me dice que no soy nada fotogénica,

Que los niños conservados

En las cámaras frigoríficas del hospital

Resultan de lo más tiernos, con sus sencillos

Cuellos de encaje,

Las estrías de sus sudarios

Jónicos,

Y sus dos piececillos.

Éste ni sonríe ni fuma.

El otro sí,

El tipo zalamero[724] y con melena.

Un cabrón

Que masturba un destello

Para conseguir que le quieran.

Pero yo ni me inmuto.

La escarcha forma una flor,

El rocío, una estrella,

Las campanas doblan,

Las campanas doblan

Por alguien[725].

14 de noviembre de 1962