Sobre tu cuerpo pasan las nubes
Altas, altas y heladas,
Y también un poco planas, como si
Flotasen sobre un cristal invisible.
No como los cisnes,
Pues ellas no se reflejan,
Ni como tú,
Ya que nada las sujeta.
Ellas son todo calma, todo azul. No como tú
Tumbado ahí, de espaldas,
Mirando el cielo.
Los hombres-araña te apresaron,
Enrollando y retorciendo sus insignificantes pero viles
Ataduras. Cuánta seda
Para sobornarte.
Ah, cómo te odian, cómo
Parlotean en el valle de tus dedos esas lombrices.
Les gustaría tenerte durmiendo en sus gabinetes,
Con un dedo del pie allí y otro allá. Como una reliquia.
Pero ¡huye!
Aléjate siete leguas, unas distancias semejantes
A las que confluyen en Crivelli[711], tan intangibles.
Haz de este ojo un águila,
Y de la sombra de este labio, un abismo.
6 de noviembre de 1962