¿Está lejos?
¿Cuánto falta?
El gigantesco gorila interior
De las ruedas se mueve, me horrorizan—
Esos terribles cerebros
De Krupp[703], esas bocas negras
Girando, ¡ese sonido machacón
Constatando la Ausencia! Como un cañón.
Es Rusia el país que estoy atravesando, durante alguna de esas guerras.
Voy arrastrando mi cuerpo
Callada, tranquilamente por la paja de los vagones de mercancías.
Es la hora del soborno.
Qué diablos comerán las ruedas, estas ruedas
Fijadas a sus arcos como dioses—
La traílla plateada de la voluntad—
inexorables. ¡Y tan orgullosos!
Todos los dioses conocen sus destinos.
Soy una carta en la ranura de este buzón,
Volando a un nombre, dos ojos.
¿Habrá fuego allí, habrá pan?
Porque aquí sólo hay barro.
El tren ha hecho una parada, las enfermeras
Se vuelven llave de paso, agua[704], sus velos, velos en un convento,
Rozan a los heridos,
Los hombres cuya sangre aún late bombeada hacia delante,
Piernas, brazos apilados fuera
De la tienda de campaña hecha de interminables gritos:
Un hospital de muñecas.
Y los hombres, lo que queda de ellos
Late propulsado hacia delante por estos pistones, esta sangre
Hasta el próximo kilómetro,
La próxima hora—
¡Una dinastía de flechas partidas!
¿Está lejos?
Tengo barro en los pies,
Un barro espeso, rojo, que me hace resbalar. Esta tierra
De la que me yergo es el costado de Adán, y yo agonizando.
No consigo desatarme, y el tren silbando,
Humeando y respirando, con sus dientes preparados
Para ponerse en marcha, como los de un demonio.
Lo que hay al final es un minuto,
Un minuto, una gota de rocío[705].
¿Está lejos?
Es tan pequeño
El lugar al que voy, por qué surgen estos obstáculos:
El cuerpo de esta mujer[706],
La ropa carbonizada y una máscara mortuoria
Ante la que plañen varias figuras religiosas, varios niños adornados con festones.
Y ahora las detonaciones:
Truenos y armas,
Fuego cruzado entre nosotros.
Es que no hay ningún lugar apacible[707]
Girando y girando en el aire intermedio,
Intocado e intocable.
El tren avanza arrastrándose a sí mismo, chillando:
Es un animal
Loco por el destino al que se dirige,
La mancha de sangre,
El rostro al final de la llamarada. Y yo
Debería enterrar a los heridos semejantes a larvas,
Debería contar y enterrar a los muertos.
Dejar que sus almas se retorcieran hasta devenir en rocío,
Incienso en mi trayecto.
Los vagones se mecen, son cunas. Y yo,
Saliendo de esta piel
De viejos vendajes, hastíos, viejos rostros,
Avanzo hacia ti desde el negro coche del Leteo,
Pura como una niña.
6 de noviembre de 1962