Soy una minera[675]. La luz arde azul.
Estalagmitas de cera
Gotean y se espesan, lágrimas
Que el vientre de la tierra
Exuda en su hastío mortal.
Negros aires de murciélago
Me envuelven, chales raídos,
Fríos homicidios,
Pegándose a mí como ciruelas.
Cueva poblada de antiguos
Carámbanos de calcio, de antiguos ecos.
Incluso los tritones, esos san josés
Beatos, son blancos.
Y el pez, el pez:
¡Cristo!, son láminas de hielo[676],
Una suerte de cuchillos[677],
Una congregación religiosa
De pirañas que hace su primera comunión
Comiéndose vivos los dedos de mis pies.
La vela
Coge aire y recupera su pequeña altura,
Sus amarillos me infunden ánimo.
Ah, mi amor, ¿cómo llegaste aquí?
Tú, embrión
Que recuerdas hasta en sueños
Tu postura de miembros cruzados[678].
La sangre florece clara y brillante
En ti, rubí.
El dolor
Al que te despiertas no es tuyo.
Mi amor, mi amor,
He adornado nuestra cueva con guirnaldas de rosas[679],
Con suaves y mullidas alfombras:
Las últimas reliquias victorianas.
Dejemos que las estrellas
Se abismen en sus oscuros destinos,
Que los dañinos átomos
Mercuriales caigan, gota a gota,
En el terrible pozo:
Tú eres lo único
Sólido en lo que se apoyan los espacios, envidiosos.
Tú eres el niño del pesebre.
29 de octubre de 1962