Para Helder y Suzette Macedo
Ni siquiera los cúmulos de esta aurora saben qué hacer con tales faldas[673].
Ni la mujer que va en la ambulancia,
Cuyo rojo corazón florece a través del abrigo tan asombrosamente.
Son un don, un don de amor
No requerido
Por este cielo,
Que indolente y flameante
Quema su monóxido de carbono, ni por esos ojos
Tan pasmados que, por un instante, se inmovilizan bajo los bombines.
Ah, Dios mío, ¿qué soy yo
Para que estas bocas tardías se abran a gritos
En este bosque de escarcha, en este amanecer de acianos?
27 de octubre de 1962