194. ARIEL[663]

Estasis[664] en la oscuridad.

Después, el azul e insustancial

Diluvio de peñascos[665] e infinitudes.

Leona de Dios,

Eje de talones y rodillas,

¡Cómo nos fundimos en una! El surco

Se abre y avanza ante nosotras[666], hermana

A cuya cerviz marrón y

Arqueada no consigo asirme,

Las bayas con mirada de negro

Lanzan oscuros

Anzuelos,

Bocanadas de sangre negra y dulce,

Sombras.

Algo más

Me lleva por el aire, arrastra

Muslos, cabellos;

Escamas que se desprenden de mis talones.

Blanca

Godiva[667], así me voy esfolando[668], despojando

De manos muertas, de rigores muertos.

Y ahora voy dejando

Espuma sobre el trigo, un centelleo marino[669].

El grito del niño[670]

Se disuelve en la pared.

Y yo

Soy la flecha,

El rocío[671] que vuela

Suicida, unida a esta fuerza

Que me impulsa hacia el rojo

Encarnado, el caldero del alba.

27 de octubre de 1962