190. LYONNESSE[644]

¡No os molestéis en llamar[645] a Lyonnesse,

Porque él es frío, frío como el mar!

Echad un vistazo al blanco, alto iceberg de su frente[646]:

Allí fue donde se hundió.

El azul, verde,

Gris e indefinido dorado

Mar de sus ojos ondula sobre él,

Y una burbuja redonda estalla

Ascendiendo desde la boca de las campanas,

La gente, las vacas.

Sus habitantes siempre creyeron

Que el Cielo sería algo distinto,

Pero con los mismos rostros,

Los mismo lugares…

Así que no les chocó

Esa atmósfera limpia, verde, respirable,

La arenilla bajo sus pies ni el destello del mar

Extendiéndose como una fina tela de araña por calles y campos.

¡Ellos nunca llegaron a olvidar,

Pues el gran Dios nunca llegó

A cerrar un ojo indolentemente, dejándoles deslizarse

Sobre los acantilados ingleses y bajo tanta historia!

No, ellos no le vieron sonreír,

Dar vueltas, como un animal,

En su jaula de éter, su jaula de estrellas.

¡Él, que había tenido tantas guerras!

El blanco asombro[647] de su mente era la auténtica Tabula Rasa.

21 de octubre de 1962