Mis sudores nocturnos pringan el plato de su desayuno.
El mismo rótulo de niebla azul gira a su posición habitual
Con los mismos árboles y las mismas lápidas.
¿Y esto es todo lo que puede ofrecer
El meneador de llaves?
Él me drogó y me violó.
Llevo siete horas inconsciente, desquiciada
En este saco negro
Donde me abandono, como un feto o un gato:
Yo, la palanca de sus sueños sexuales.
Algo se ha esfumado para siempre.
Mi pastilla para dormir, mi zeppelín rojo y azul
Me deja caer desde una tremenda altura.
Con el caparazón espachurrado,
Las entrañas desparramadas, soy presa de los pájaros.
Pequeñas barrenas,
¡Cuántos agujeros habéis hecho ya en este día de papel!
Luego me estuvo quemando con un cigarrillo,
Fantaseando con que era una negra de garras rosas.
Yo soy yo. Pero eso no le basta.
El sudor de la fiebre atiesa mis cabellos.
Estoy tan delgada que ya se me notan las costillas.
¿Que si he comido algo? Mentiras y sonrisas nada más.
Seguro que el cielo no es de ese color,
Seguro que la hierba está ondulando ahora.
Durante todo el día,
Mientras encolo mi iglesia de cerillas ardidas,
Sueño con alguien completamente distinto.
Pero él me golpea por rebelarme, él
Con su coraza de falsedades,
Con sus severas y frías máscaras de amnesia.
¿Cómo he podido llegar hasta aquí?
Él, criminal indeterminado,
Me mata de muchas maneras:
Ahorcándome, quemándome, colgándome de un gancho[620], o de hambre.
Yo me lo imagino
Impotente como un trueno lejano,
A la sombra del cual devoré mi ración de espectros.
Ojalá se fuese o se muriese,
Aunque, al parecer, eso es imposible,
El que yo sea libre. Pues ¿qué sería de la oscuridad
Sin fiebres que comer?
¿Qué sería de la luz
Sin ojos que acuchillar? ¿Qué sería
De él, de él sin mí?
17 de octubre de 1962