Lejos de esta lengua de piedras ígneas[605] expulsadas por la boca,
Con los ojos puestos en blanco[606] y cada vez más ciegos,
Siempre prestando oídos[607] a las incoherencias del mar,
Albergas tu espantosa cabeza: bola de Dios,
Lente de piedades,
Tus secuaces[608]
Moldeando sus células salvajes[609] a la sombra de mi quilla,
Presionando de cerca como corazones,
Un estigma[610] rojo en el mismísimo centro,
Navegando contracorriente hasta el lugar más cercano de partida,
Arrastrando su larga cabellera de Cristo.
¿Habré escapado al fin?, me pregunto.
Mi mente serpentea como una espiral hacia ti,
Viejo ombligo cubierto de percebes, cable transatlántico[611]
Que, al parecer, te mantienes en un estado milagroso.
El caso es que siempre estás ahí,
Trémula respiración al otro lado de mi línea,
Curva de agua que manas
Ante mi vara de zahorí, deslumbrante y agradecida,
Afectuosa y absorbente.
Yo no te llamé.
Yo no te llamé de ninguna manera.
Y aun así, aun así viniste
Cruzando el mar como una borrasca[612],
Gruesa y roja, una placenta
Que paraliza el combate de los amantes,
Luz de cobra
Oprimiendo las campanillas de sangre de la fucsia
Hasta cortarles el aliento[613]. Yo tampoco podía respirar,
Arruinada[614], muerta como lo estaba,
Sobreexpuesta, igual que una radiografía[615].
¿Pero quién te crees que eres?
¿La Sagrada Forma? ¿La Virgen Llorona[616]?
No pienso probar ni un solo bocado de tu cuerpo,
Botella en la que vivo[617],
Siniestro Vaticano.
Estoy harta, asqueada de sal caliente[618].
Tus deseos, verdes como eunucos,
Silban continuamente recriminándome mis pecados,
¡Fuera, fuera, tentáculo anguila!
No hay nada entre nosotras.
16 de octubre de 1962