¿Quiénes son esas personas que me esperan en el puente? Son los aldeanos:
El pastor anglicano, la comadrona, el sacristán, el agente comercial de las abejas.
Y yo con este vestido veraniego, sin mangas, que no me protege nada,
Mientras ellos van todos con guantes, bien cubiertos. ¿Por qué nadie me avisó de esto?
Míralos, ahí están, sonriendo y arrancándole los velos a sus sombreros antiguos.
Y yo desnuda como el pescuezo de una gallina. ¿Es que nadie me quiere en este sitio?
Sí, aquí está la secretaria de las abejas con una bata de trabajo blanca,
Abrochándome los puños en las muñecas y la abertura desde el cuello hasta las rodillas.
Ahora que soy seda de algodoncillo, las abejas no se fijarán en mí.
No olerán mi miedo, mi miedo, mi miedo.
¿Quién el es pastor ahora? ¿Ese hombre que va de negro?
¿Y la comadrona? ¿Ésa del abrigo azul?
Todos saludan con la cabeza, tan cuadrada y tan negra, son caballeros con visera
Y coraza de estopilla anudada bajo las axilas.
Sus sonrisas y sus voces van cambiando. Me guían a través de un habar[558],
Tiras de papel de plata centelleando[559] como personas guiñando un ojo,
Plumeros abaneando sus manos en un mar de flores de haba,
Flores cremosas con ojos negros y hojas como hastiados corazones.
¿Son coágulos de sangre lo que los zarcillos elevan por la guía?
No, no, son flores escarlata que algún día serán comestibles.
Ahora me entregan un elegante sombrero de paja blanco, estilo italiano,
Y un velo negro que se amolda bien a mi cara, para transformarme en uno de ellos.
Después me llevan al soto[560] desmochado, al círculo de las colmenas.
¿Éste olor tan nauseabundo? ¿es el del acerolo[561]?
El cuerpo estéril del acerolo, anestesiando a sus hijos.
¿Iremos a asistir a algún tipo de operación?
Es al cirujano a quien realmente esperan mis vecinos,
Esa aparición cubierta por un yelmo verde,
Guantes resplandecientes y un traje blanco.
¿O es el carnicero, el tendero, el cartero, alguien a quien conozco?
No puedo salir corriendo, estoy enraizada, y el tojo me golpea
Con sus monederos[562] amarillos, me hiere con su armadura de púas.
Si empezara a correr[563] ahora no podría parar nunca.
La colmena blanca es tan cálida y acogedora como una virgen,
Sellando las celdillas de sus crías, su miel y su zumbido calmo.
El humo rodea y envuelve en su manto la arboleda.
La mente de la colmena piensa que esto es el fin.
Ahí vienen los jinetes de la avanzadilla, montados en sus histéricas gomas[564].
Si me quedara inmóvil, pensarían que soy una mata de perifollo,
Una cabeza crédula, simplona, a salvo de su animosidad,
Que ni siquiera asiente, una mera figura en un seto.
Los aldeanos abren las cámaras, a la caza de la reina.
¿Estará escondida, comiendo miel? Es muy lista.
Y muy, muy, muy vieja, aunque ha de vivir otro año, y lo sabe.
Mientras, en sus celdillas encajadas, las nuevas vírgenes
Sueñan con un duelo que inevitablemente ganarán.
Una cortina de cera las separa del vuelo nupcial,
La ascensión de la asesina a un cielo que la ama.
Los aldeanos se mueven entre las vírgenes, no habrá asesinato.
La vieja reina no quiere mostrarse, ¡la muy desagradecida!
Estoy exhausta, exhausta:
Un pilar de blancura en un entreacto de cuchillos[565].
Soy la ayudante del mago, que nunca se arredra.
Los aldeanos empiezan a desatarse los disfraces, a darse la mano.
De quién es esa larga caja blanca que hay en el soto, qué han conseguido, por qué tengo tanto frío.
3 de octubre de 1962