167. BERCK-PLAGE[514]

I

Así que esto es el mar, este inmenso pasmo[515].

Ah, cómo supura mi herida inflamada con el cataplasma del sol.

Sorbetes de colores electrizantes, extraídos de la helada[516]

Por pálidas muchachas, recorren el aire en manos requemadas.

¿Por qué está todo tan tranquilo? ¿Qué estarán ocultando?

Yo sí tengo dos piernas, y camino sonriente.

Una sordina de arena mata las vibraciones;

Extendiéndose varios quilómetros, reduce las viejas voces

Ondulantes, sin muletas, a la mitad de su tamaño.

Las líneas de visión de los ojos, abrasadas por estas superficies yermas,

Regresan como boomerangs, como gomas sujetas a un ancla, lastimando a sus dueños.

No me extraña que ese hombre lleve gafas de sol.

No me extraña que vista esa sotana negra.

Por ahí viene, andando entre los pescadores de caballa

Que le vuelven la espalda formando un muro, mientras manipulan

Los rombos[517] verdes y negros como si fueran partes de un cuerpo.

El mar, que los cristalizó, se marcha reptando, escindido

En miles de serpientes, con su sempiterno siseo de angustia.

II

Esa bota negra no se apiada de nadie.

¿Por qué habría de hacerlo, si es el coche fúnebre de un pie muerto?

El pie alto, inerme y sin dedos de ese sacerdote

Que sondea el pozo de su libro,

Cuyo oscuro texto[518] se empina ante él como un decorado,

Biquinis obscenos se ocultan tras las dunas,

Pechos y caderas, azúcar de pastelería

De minúsculos cristales, titilan con la luz,

Mientras una charca verde abre su ojo,

Asqueada de todo lo que se ha tragado:

Miembros, imágenes, chillidos. Tras los búnkeres de hormigón,

Dos amantes se despegan.

¡Oh, blanca vajilla marina, cuántos suspiros

En forma de copa[519], cuánta sal en la garganta!

Y el que observa, temblando,

Arrastrado igual que una larga tela

A través de una calma virulencia,

Y un alga, peluda como un sexo.

III

En los balcones del hotel, las cosas centellean.

Las cosas, las cosas:

Sillas de ruedas con tubos de acero, muletas de aluminio.

Tanta dulzura salada. ¿Por qué he de adentrarme

Más allá de la escollera, plagada de percebes?

Yo no soy una enfermera, blanca y atenta,

No soy una sonrisa.

Esos niños están buscando algo, con anzuelos y gritos,

Y mi corazón es demasiado pequeño para vendar sus terribles defectos[520].

Eso es el costado de un hombre: sus costillas rojas,

Sus nervios aflorando como árboles, y ése es el cirujano:

Un ojo espejeante[521],

Una faceta del conocimiento.

En una habitación, sobre un colchón a rayas,

Se consume un anciano.

De poco le va a servir el llanto de su mujer.

¿Dónde están las gemas-ojos[522], tan amarillas y valiosas?

¿Dónde la lengua, zafiro de ceniza?

IV

Una cara de pastel de bodas en un volante de papel.

Este hombre, ahora, es superior.

Tenerlo es como tener un santo en casa.

Las enfermeras, con sus cofias de ala, ya no parecen tan hermosas;

Se están volviendo morenas, como gardenias ajadas.

Ahora apartan la cama con ruedas de la pared.

En esto consiste la completud. Qué espanto.

¿Es un pijama o un traje de noche lo que lleva puesto el difunto?

Bajo esa sábana fijada con cola, de la que sobresale

Su nariz empolvada, tan blanca y tan indemne

Le apoyaron la mandíbula en un libro[523] hasta que ésta se atiesó,

Y le plegaron las manos, que no cesaban de agitarse: adiós, adiós.

Ahora las sábanas recién lavadas vuelan al sol,

Las fundas de las almohadas se airean.

Esto es una bendición[524], una bendición:

El largo féretro de roble color jabón,

Los curiosos portadores y la mera, cruda fecha

Grabándose a sí misma en plata con pasmosa tranquilidad.

V

El cielo gris desciende, las colinas, como un mar verde,

Huyen, pliegue sobre pliegue, corriendo, ocultando sus hondonadas,

Las hondonadas en las que los pensamientos de la esposa se balancean:

Veleros de proa roma[525],

Cargados de vestidos y de sombreros, de porcelana y de hijas casadas.

En la ventana abierta del recibidor

De la casa de piedra treme una cortina,

Treme y gotea, como una vela penosa.

La lengua del difunto diciendo: recordad, recordad.

Qué lejos está ahora, con todos sus actos

Rodeándole como los muebles del salón, como un decorado,

Mientras se congregan las palideces:

Las palideces de las manos y de los rostros vecinos,

Las palideces jubilosas del iris[526] volador.

Ahora vuelan, vuelan hacia la nada: recordadnos.

El vacío tribunal de la memoria inspecciona las piedras,

Las fachadas de mármol con venas azules, los frascos de jalea llenos de narcisos.

Todo es muy hermoso aquí, en este lugar de parada.

VI

¡La espesura antinatural de estas hojas de lima!

Los árboles, bolas verdes podadas, desfilan hacia la iglesia.

La voz del sacerdote, en el ambiente cargado,

Recibe al cadáver en la entrada, dirigiéndose a él,

Mientras las notas de la campana fúnebre ruedan por las colinas;

Un resplandor de trigo y tierra cruda.

¿Cómo se llama ese color?

Vieja sangre de paredes encostradas que el sol cura,

Vieja sangre de muñones, de corazones quemados.

La viuda, con su libro negro de bolsillo y sus tres hijas,

Necesaria entre las flores,

Pliega el rostro como un paño fino

Que ya nunca volverá a extenderse.

Mientras, un cielo infestado de sonrisas guardadas para siempre

Pasa nube tras nube.

Y las flores de novia derrochan frescura,

Y el alma es una novia

En un lugar apacible, y el novio, colorado y olvidadizo, no tiene rasgos.

VII

Tras el cristal de este coche

Ronronea el mundo, desapegado y amable.

Y yo, vestida de negro y en silencio, formo parte de la comitiva

Que asciende a marcha reducida tras la carreta funeraria[527].

Y el sacerdote es un navío,

Una tela manchada de alquitrán, penosa y apagada,

Que va siguiendo la carreta del ataúd cubierto de flores como una mujer hermosa,

Mientras la cresta de pechos, párpados y labios

Va barriendo la cima de la colina.

Entonces, tras las barras de su patio, los niños notan el olor

Que desprende el betún de los zapatos al derretirse,

Volviendo sus caras, muda y lentamente,

Abriendo los ojos

Hacia algo maravilloso: seis sombreros negros, redondos,

En la hierba, junto a un rombo de madera,

Y una boca desnuda, roja y sin gracia.

Durante un momento, el cielo se derrama en la fosa como plasma.

Ya no hay esperanza, ahí queda al fin.

Llegas tarde, limpiándote los labios.

¿Acaso dejé algo intacto en el umbral,

Blanca Niké,

Fluyendo entre mis paredes?

Relámpago azul, sonriendo

Cargas, como un gancho carnicero, con el peso de él y de sus miembros.

30 de junio de 1962