162. FAISÁN

Dijiste que lo matarías esta mañana.

No lo hagas. Todavía me asusta

La protuberancia de esa extraña cabeza oscura, deambulando

Entre la hierba sin segar de la colina del olmo.

Pero ya es algo tener nuestro propio faisán,

O al menos que nos visite cuando le plazca.

No es que yo sea una mística, ni que crea

Que ese ave posee un espíritu.

Simplemente pienso que está en su elemento,

Y eso le da cierto derecho, cierto estatus real.

La huella de su enorme pata, el invierno pasado,

El rastro de su cola en la nieve del patio…

Todas aquellas maravillas, en aquella palidez,

Atravesando las líneas paralelas del gorrión y el estornino.

¿Será por su rareza? Porque raro es.

Aun así, valdría la pena tener una docena,

Un centenar, en la colina: verdes y rojos,

Yendo de un lado a otro, ¡qué hermosura!

Tiene un aspecto tan sano[495], tan vivido.

Es una pequeña cornucopia.

Luego se zafa, marrón como una hoja, chillando,

Para ir a posarse en el olmo. Y allí se queda

Tan pancho, tomando el sol entre los narcisos.

Soy una estúpida al entrometerme[496]. Déjalo. Déjalo.

7 de abril de 1962