158. PEQUEÑA FUGA[477]

El tejo agita[478] sus dedos negros.

Las nubes frías lo sobrevuelan,

Igual que los sordos[479] cuando

Hacen señas a los ciegos y estes los ignoran.

Me gustan las frases oscuras[480].

¡La indefinición de esa nube sin rasgos,

Toda blanca, como un ojo!

El ojo de aquel pianista ciego,

Sentado a mi mesa, en el barco[481].

Comía a tientas, olfateando los alimentos

Con sus dedos-narices de comadreja.

No podía dejar de mirarlo.

Él sí era capaz de escuchar a Beethoven:

Tejo negro, nube blanca,

Las horribles complicaciones.

Trampas[482] para dedos: un tumulto de teclas.

Vacíos y sencillotes como platos,

Así son los ciegos cuando sonríen.

Cómo envidio los grandes sonidos,

El seto de tejo de la Grosse Fugue.

La sordera es otra cosa.

¡Una chimenea[483] oscurísima, padre!

Veo tu voz, tan sombría

Y tupida como en mi niñez,

Un seto negro de órdenes,

Gótico[484] y bárbaro, alemán puro.

Los muertos[485] gimen desde él.

Pero yo no tengo la culpa.

El tejo es mi Cristo, pues:

Tan torturado como él,

Y como tú, durante la Gran Guerra.

¡En aquella delicatessen[486] de California,

Troceando las salchichas

Que ahora colorean mis sueños,

Rojas, moteadas, como cuellos cortados!

¡Qué silencio imponías!

Enorme, de otro orden.

Yo tenía siete años y no sabía nada.

El mundo acontecía alrededor.

Tú tenías una sola pierna[487], y una mente prusiana.

Ahora, nubes similares

Extienden sus sábanas vacuas.

¿No tienes nada que decir?

La memoria me flaquea.

Pero recuerdo una mirada azul,

Un maletín con mandarinas.

Luego había un hombre, ¿no?

La muerte se abrió, como un árbol negro, negramente.

Yo sobrevivo entretanto,

Ordenando la mañana,

Éstos son mis dedos, éste es mi hijo.

Las nubes son un vestido de novia, igual de pálidas.

2 de abril de 1962