Los horizontes me cercan como haces de leña,
Inclinados y dispares, y siempre inestables.
Si los rozara con una cerilla podrían calentarme,
Y sus finas líneas chamuscarían
El aire hasta volverlo anaranjado,
Antes de que las distancias que ellos contienen[433] se evaporasen
Recargando este pálido cielo con un color más intenso.
Pero no, tan sólo se disuelven, se disuelven
Como una sarta de promesas, mientras yo avanzo.
No hay vida por encima de la altura de la hierba
O de los corazones de las ovejas, y el viento
Se abate igual que el destino, doblegando
Todo en una única dirección.
Noto cómo intenta
Extraerme[434] el calor.
Si prestara más atención a las raíces
Del brezo, me invitarían a blanquear
Mis huesos entre ellas.
Las ovejas saben dónde están,
Paciendo en sus sucias nubes de lana,
Tan grises como el día.
Las negras ranuras de sus pupilas me captan[435].
Siento como si me remitieran por correo al espacio,
Como un mensaje corto, idiota.
Las ovejas merodean disfrazadas de abuela,
Con sus pelucas de rizos, sus dientes amarillentos
Y sus duros balidos de mármol.
Me allego a las roderas y al agua
Límpida como las soledades
Que se escabulle entre mis dedos.
De herbal a herbal, umbrales de peldaños cóncavos
Cuya puerta y cuyo dintel se han desquiciado solos.
De la gente de aquí, el aire sólo
Recuerda unas pocas sílabas raras[436]
Que él va repitiendo a modo de lamento:
Piedra negra, piedra negra.
El cielo agobiante[437] se reclina sobre mí, sobre mí que soy la única
Cosa erguida entre tanta horizontal.
La hierba, distraída, se da cabezazos.
Es demasiado delicada para vivir
En semejante compañía;
La oscuridad la aterra.
Ahora, en los valles estrechos
Y negros, igual que monederos, las luces de las casas
Resplandecen como calderilla.
Septiembre de 1961