148. CUMBRES BORRASCOSAS[432]

Los horizontes me cercan como haces de leña,

Inclinados y dispares, y siempre inestables.

Si los rozara con una cerilla podrían calentarme,

Y sus finas líneas chamuscarían

El aire hasta volverlo anaranjado,

Antes de que las distancias que ellos contienen[433] se evaporasen

Recargando este pálido cielo con un color más intenso.

Pero no, tan sólo se disuelven, se disuelven

Como una sarta de promesas, mientras yo avanzo.

No hay vida por encima de la altura de la hierba

O de los corazones de las ovejas, y el viento

Se abate igual que el destino, doblegando

Todo en una única dirección.

Noto cómo intenta

Extraerme[434] el calor.

Si prestara más atención a las raíces

Del brezo, me invitarían a blanquear

Mis huesos entre ellas.

Las ovejas saben dónde están,

Paciendo en sus sucias nubes de lana,

Tan grises como el día.

Las negras ranuras de sus pupilas me captan[435].

Siento como si me remitieran por correo al espacio,

Como un mensaje corto, idiota.

Las ovejas merodean disfrazadas de abuela,

Con sus pelucas de rizos, sus dientes amarillentos

Y sus duros balidos de mármol.

Me allego a las roderas y al agua

Límpida como las soledades

Que se escabulle entre mis dedos.

De herbal a herbal, umbrales de peldaños cóncavos

Cuya puerta y cuyo dintel se han desquiciado solos.

De la gente de aquí, el aire sólo

Recuerda unas pocas sílabas raras[436]

Que él va repitiendo a modo de lamento:

Piedra negra, piedra negra.

El cielo agobiante[437] se reclina sobre mí, sobre mí que soy la única

Cosa erguida entre tanta horizontal.

La hierba, distraída, se da cabezazos.

Es demasiado delicada para vivir

En semejante compañía;

La oscuridad la aterra.

Ahora, en los valles estrechos

Y negros, igual que monederos, las luces de las casas

Resplandecen como calderilla.

Septiembre de 1961