Las estrellas, gruesas como piedras, caen en las finas
Estacas de los árboles, cuya silueta es más oscura
Que la oscuridad de este cielo, carente ya de estrellas.
Los bosques son un pozo. Las estrellas se abisman en silencio.
Parecen grandes, aunque al caer no dejen ningún hueco visible.
Tampoco causan incendios allí donde se precipitan
Ni dejan señal alguna de ansiedad o de aflicción
Porque enseguida las devoran los pinos.
Allí de donde yo vengo, tan sólo unas cuantas estrellas
Llegan al anochecer, y eso después de un cierto esfuerzo.
Y siempre mortecinas, débiles, apagadas a causa del viaje.
Las más pequeñas y tímidas no llegan en modo alguno
Sino que se quedan allí sentadas, en su polvo lejano.
Son huérfanas. No puedo verlas. Andan perdidas.
Pero esta noche descubrieron sin problemas este río,
Pulidas y seguras de sí mismas como los grandes planetas.
Tan sólo reconozco[429] la Osa Mayor.
Hecho de menos Orión, y la silla de Casiopea. Tal vez estén
Colgando tímidamente bajo el horizonte tachonado
Como un problema matemático demasiado simple para un niño.
El número infinito parece ser la solución, allá arriba.
O puede que estén ahí, tan brillantemente disfrazadas
Que, de tanto fijarme en ellas, al final no las veo.
O quizás no sea ésta la estación adecuada.
¿Y si el cielo de aquí no fuese distinto,
Y fuesen mis ojos los que se hubiesen aguzado?
Semejante abundancia de astros me azoraría.
Las pocas que conozco son sencillas y estables;
Creo que no desearían este suntuoso telón de fondo,
Ni mucha compañía, ni este clima templado del sur.
Son demasiado puritanas y solitarias para eso:
Cuando una de ellas cae, deja un espacio
Y una sensación de ausencia en su antiguo lugar brillante.
Y yo, desde aquí donde estoy tumbada, de espaldas a mi propia estrella
Oscura, veo esas constelaciones dentro de mi cabeza,
Refrescada por el aire suave de este huerto de melocotones.
Se está demasiado a gusto aquí; estas estrellas me tratan demasiado bien.
En esta colina, con su vista de castillos iluminados, cada tintineo
De cencerro da cuenta de su vaca. Cierro los ojos y bebo
El relente y la frescura de la noche como si fuesen noticias de mi casa.