141. ESCAYOLADA[411]

¡Jamás saldré de aquí! Ahora soy dos personas:

Esta nueva, absolutamente blanca, y la antigua, la amarilla,

Aunque la blanca es ciertamente superior.

No precisa alimentarse, es una de esas santas genuinas.

Al principio la odiaba porque no tenía personalidad.

Se tumbaba a mi lado en la cama, como un cuerpo muerto,

Y yo me asustaba al verla, porque era idéntica a mí,

Sólo que más blanca, irrompible, y nunca se quejaba.

Su frialdad era tal que me impedía dormir durante una semana.

Yo la culpaba de todo, pero ella nunca respondía.

¡No conseguía entender su estúpida actitud!

Cuando le pegaba, se quedaba inmóvil, como una auténtica pacifista.

Entonces comprendí que lo que realmente deseaba era que la quisiese.

Ella empezó a entrar en calor, y yo a ver las ventajas que entrañaba.

Comprendió que sin mí no existiría, y, desde luego, se mostró agradecida.

Nada más concederle un alma, empecé a florecer desde ella

Igual que florece una rosa en un jarrón de porcelana corriente;

Y era yo quien atraía la atención de todo el mundo,

No su blancura ni su belleza, como me había temido en un principio.

Me volví dominante con ella, y ella aceptó entusiasmada,

Por lo que enseguida comprendí que tenía mentalidad de esclava.

A mí no me importaba tener una sirvienta, y a ella le encantaba serlo.

Al amanecer, venía a despertarme, con el sol reflejándose

En su asombroso torso blanco, y yo no podía evitar fijarme

En lo pulcra, sosegada y paciente que era: se acomodaba

Indulgente a mi debilidad como la mejor de las enfermeras,

Encajando mis huesos uno a uno, para que sanaran debidamente.

Con el tiempo, nuestra relación se intensificó.

Ella dejó de adaptarse a mí tan estrechamente, y hasta se volvió distante.

Yo notaba que me criticaba sin quererlo, muy a pesar suyo,

Como si mis hábitos le molestasen de alguna manera.

Dejaba entrar las corrientes de aire, y cada vez se mostraba más ausente.

Y la piel me picaba, se me desprendía en finas escamas

Simplemente porque ella había dejado de cuidarme.

Entonces comprendí cuál era el problema: que ella se creía inmortal.

Quería abandonarme, pensaba que era superior a mí.

Me odiaba porque siempre la había mantenido en la sombra,

¡Malgastando sus días sirviendo a una medio muerta como yo!

Y por eso, en secreto, empezó a desear que muriese.

Entonces podría cubrirme los ojos y la boca, todo el cuerpo,

Y llevar mi cara pintada en ella, como esos sarcófagos que lucen

La cara de un faraón —aunque ésos están hechos de arcilla.

Yo no estaba en condiciones de librarme de ella.

Llevaba tanto tiempo soportándome, que me sentía como impedida:

Había olvidado incluso cómo caminar o sentarme,

Así que tuve cuidado de no molestarla en modo alguno,

Ni de jactarme antes de tiempo de cómo iba a vengarme.

Vivir con ella era como vivir con mi propio ataúd:

Seguía dependiendo de ella, pero a regañadientes.

Por entonces aún creía que juntas tendríamos éxito:

Al fin y al cabo, nuestra proximidad era como un matrimonio.

Pero ahora sé que una de las dos debe desaparecer.

Puede que ella sea una santa, y yo fea y peluda,

Pero pronto descubrirá que eso no importa nada.

Ya estoy recobrando mis fuerzas, algún día me las arreglaré sin ella,

Y entonces se morirá de vacío, y empezará a añorarme.

18 de marzo de 1961