135. PENTECOSTÉS

Esto no es lo que yo tenía en mente:

Arcos de estuco, montones de roca soleándose en filas,

Ojos sin párpados o huevos petrificados,

Adultos metidos en ataúdes, con medias y chaqueta,

Pálidos como el lardo, sorbiendo el aire

Enrarecido[393] de la nada como un medicamento.

El caballo atado a su estaca de cromo observa

Atravesándonos con la mirada, rumiando la brisa[394] con sus cascos.

Tu camisa de flamante lino

Se infla como una vela. Las alas de los sombreros

Desvían el centelleo del agua; la gente holgazanea

Como en un hospital.

Noto el olor a sal, eso sí.

A nuestros pies, el mar, con sus bigotes de algas,

Exhibe sus glaucas sedas,

Inclinándose sumiso como un oriental de la vieja escuela.

Tampoco a ti te hace gracia nada de esto.

Un policía señala un acantilado vacío,

Verde como un tapete, donde unas mariposas de la col

Rompen su formación mar adentro, igual que las gaviotas,

Mientras nosotros merendamos bajo el hedor a muerto de un espino.

Las olas baten y laten como corazones.

Encallados bajo las flores espumosas, yacemos

Mareados, resecos y febriles.

14 de febrero de 1961