133. AL DESPERTAR EN INVIERNO[385]

Noto el sabor a estaño del cielo: la única cosa realmente de estaño.

El color del alba en invierno es el del metal,

Los árboles se quedan paralizados, rígidos como nervios ardidos.

Me he pasado la noche soñando con destrucciones, exterminios:

Un sinfín de gargantas degolladas, y tú y yo

Avanzando muy despacio en el Chevrolet gris, bebiendo el verde

Veneno de los prados inmóviles, las pequeñas lápidas de chillas,

Silenciosos, en el coche[386], camino de un balneario junto al mar.

¡Cómo resonaban los ecos en las balaustradas! ¡Cómo encendía el sol

Las calaveras, los huesos descoyuntados frente a aquella vista!

¡Espacio! ¡Espacio! Las sábanas colgaban abandonadas a su suerte.

Las patas de la cuna se fundían en terribles actitudes, y las enfermeras…

Cada una conectaba temporalmente su alma a una herida y desaparecía.

Los cadavéricos huéspedes no estaban satisfechos ni con las habitaciones,

Ni con las sonrisas, ni con las hermosas plantas de plástico, ni con el mar,

Por mucho que éste calmara sus sentidos en carne viva como la Vieja Madre Morfina.