131. VELAS

Son las últimas románticas, estas velas:

Corazones de luz inversos, vertiendo dedos de cera,

Y los dedos, succionados[375] por sus propios halos,

Se vuelven lechosos, casi claros, como los cuerpos de los santos.

Emociona ver cómo ignoran

Toda una familia de prominentes objetos

Simplemente para sondear las profundidades de un ojo

En su cavidad de sombras, su orilla de juncos,

Cuando su dueña pasa ya de los treinta, ha perdido toda su belleza.

La luz del día sería más imparcial,

Juzgando[376] a cada quien con justicia. Estas velas

Deberían haber desaparecido ya, junto con los vuelos en globo y la linterna mágica.

No están los tiempos como para tener puntos de vista personales.

Cuando las enciendo, me pica la nariz[377].

Sus pálidos, vacilantes amarillos

Sacan a relucir falsos sentimientos eduardianos[378],

Y a mí me recuerdan a mi abuela materna de Viena

Que, cuando era una colegiala, le daba rosas a Franz Josef[379].

Los burgueses sudaban y lloraban entonces. Los niños vestían de blanco.

Y mi abuelo andaba alicaído por el Tirol,

Imaginándose como maître de algún restaurante

Estadounidense, flotando en un silencio anglo católico[380]

Entre cubiletes de hielo y servilletas de Navidad[381].

Estas pequeñas esferas de luz son dulces como las peras.

Amables con los inválidos y las mujeres sentimentales,

Apaciguan a la luna yerma.

Con su alma monástica, arden hacia el cielo y nunca se casan.

La niña que estoy amamantando apenas abre los ojos.

Dentro de veinte años, seré tan retrógrada como estas efímeras

Moscas de mayo[382], expuestas a las corrientes de aire.

Miro cómo sus lágrimas se condensan y palidecen al caer

Hasta transformarse en perlas. Mas ¿qué le puedo decir

A esta criatura sumida aún en la somnolencia del nacimiento?

Esta noche, la luz la envuelve con dulzura, igual que un chal,

Las sombras se inclinan sobre ella como los invitados en un bautizo.

17 de octubre de 1960