Por aquí no hay lares,
Tan sólo granos calientes. Todo está seco, seco.
Y el aire es peligroso. El mediodía afecta de manera extraña
Al ojo de la mente, erigiendo una hilera
De álamos a media distancia, el único
Objeto, junto a la disparatada y recta carretera,
Capaz de recordarte que aún existen casas y personas.
El viento frío debería habitar esas hojas,
Y el rocío, más valioso que el dinero, acumularse en ellas,
En la hora azul que precede al alba.
Y, sin embargo, las hojas retroceden, intocables como el mañana,
O como esos espejismos de manantiales resplandecientes
Que fluyen ante los ojos de los muertos de sed.
Pienso en los lagartos aireando sus lenguas
En la grieta de una sombra minúscula,
Y en el sapo custodiando la pequeña gota de su corazón.
El desierto es blanco como el ojo de un ciego,
Perturbador como la sal. La serpiente y el pájaro
Dormitan tras las viejas máscaras de la furia.
Mientras, nosotros nos abrasamos como morillos bajo el viento.
El sol apaga sus brasas. Aquí donde yacemos
Los grillos se congregan, achicharrados[357]
En su negro blindaje, chirriando.
La luna diurna empalidece como una madre afligida,
Y los grillos se internan lentamente en nuestro pelo
Para matar la noche rabeleando[358].
5 de julio de 1960