Medianoche en medio del Atlántico. En cubierta.
Arrebujados en sí mismos como en un grueso velo
Y mudos como maniquíes de una tienda de ropa,
Algunos, pocos pasajeros observan con atención
El viejo mapa estelar dibujado en el cielo.
Lejano y diminuto, un solo barco,
Iluminado como una tarta de boda de dos pisos,
Porta sus velas que, poco a poco, se van extinguiendo.
Ya no queda mucho más por mirar.
Y, aun así, nadie se moverá ni hablará…
Los que juegan al bingo, los que juegan al amor
Sobre un cuadrado no más grande que una alfombra
Se ven impelidos por encima de las crestas y los senos
De las olas, cada uno varado en su propio minuto,
Encastillado en él igual que un soberano.
Algunas gotas les manchan los abrigos, los guantes,
Pero ellos vuelan demasiado aprisa como para notar la humedad.
Nada puede ocurrirles allí donde van.
La desaliñada señora evangelista,
A la que el buen Señor provee (ya le dio
Un bolso de mano, un pasador de nácar
Y siete abrigos de invierno el pasado agosto),
Le reza en voz baja para que le ayude a salvar
A los estudiantes de Bellas Artes[351] del Berlín Occidental.
El astrólogo que está junto a ella (un Leo[352])
Eligió el día propicio para viajar basándose en las estrellas.
Se alegra de que aquí no haya tartas heladas[353].
Dentro de un año se hará rico (y debería saberlo).
Vendiendo a las madres inglesas y galesas
Belenes[354] a dos libras con seis peniques.
Mientras, el joyero danés de pelo blanco está tallando
Una esposa perfectamente diseñada para que le sirva
Y se desviva por él en todo, suave como un diamante.
Globos alunados[355], sujetos por una cuerda
A las muñecas de sus dueños, flotan los ensueños
Que muy pronto volarán libres, a la primera señal de tierra.
julio de 1960