123. EL AHORCADO[346]

Asiéndome del cabello, un dios se adueñó de mí.

Sus descargas azules me achicharraron como a un profeta del desierto.

Las noches se volvieron invisibles, como el tercer párpado[347] de un lagarto,

Un mundo de días blancos y descarnados en una cuenca sin sombra.

Un hastío rapaz[348] me ató a este árbol.

Si ese dios fuera yo, haría lo que hice.

27 de junio de 1960