Una antigua bestia que acabó en este lugar:
Un monstruo de madera y dientes oxidados.
El fuego fundió sus ojos, convirtiéndolos
En dos burujos azul pálido y vidrioso, opacos
Como la resina que rezuma la corteza de un pino.
Las vigas y los montantes de su cuerpo aún lucen
Quemaduras de caracul. No sabría decir
Cuándo se derrumbó esta carcasa bajo la morralla
De los veranos, de los otoños plagados de hojas negras.
Ahora unos pequeños juncos asoman
Sus suaves lenguas de ante por entre sus huesos.
Su coraza, sus perpiaños derrocados
Son una explanada para los grillos.
Yo voy indagando como un médico o
Un arqueólogo entre sus entrañas
De acero, recogiendo tazones esmaltados,
Los tubos y las cañerías que le daban vida.
El valle se come ahora lo que una vez
Se lo comió a él. Y el icor[337] de la primavera
Avanza tan claro como siempre
Desde la garganta rota, la boca cenagosa,
Fluyendo bajo la verde y blanca
Balaustrada de un puente encorvado.
Al inclinarme en ella, descubro una
Mujer azul e improbable dentro
De un marco de mimbres y espadañas.
Oh ¡se la ve tan graciosa y austera,
Sentada ahí, bajo el agua atonal!
Pero eso no soy yo, eso no soy yo.
Ningún animal se descompone en su verde
Umbral. Y nosotros nunca entraremos ahí
Donde los imperecederos realizan sus labores.
La corriente que nos apremia a marcharnos
Ni sana ni nutre.
11 de noviembre de 1959