120. EL BALNEARIO INCENDIADO[336]

Una antigua bestia que acabó en este lugar:

Un monstruo de madera y dientes oxidados.

El fuego fundió sus ojos, convirtiéndolos

En dos burujos azul pálido y vidrioso, opacos

Como la resina que rezuma la corteza de un pino.

Las vigas y los montantes de su cuerpo aún lucen

Quemaduras de caracul. No sabría decir

Cuándo se derrumbó esta carcasa bajo la morralla

De los veranos, de los otoños plagados de hojas negras.

Ahora unos pequeños juncos asoman

Sus suaves lenguas de ante por entre sus huesos.

Su coraza, sus perpiaños derrocados

Son una explanada para los grillos.

Yo voy indagando como un médico o

Un arqueólogo entre sus entrañas

De acero, recogiendo tazones esmaltados,

Los tubos y las cañerías que le daban vida.

El valle se come ahora lo que una vez

Se lo comió a él. Y el icor[337] de la primavera

Avanza tan claro como siempre

Desde la garganta rota, la boca cenagosa,

Fluyendo bajo la verde y blanca

Balaustrada de un puente encorvado.

Al inclinarme en ella, descubro una

Mujer azul e improbable dentro

De un marco de mimbres y espadañas.

Oh ¡se la ve tan graciosa y austera,

Sentada ahí, bajo el agua atonal!

Pero eso no soy yo, eso no soy yo.

Ningún animal se descompone en su verde

Umbral. Y nosotros nunca entraremos ahí

Donde los imperecederos realizan sus labores.

La corriente que nos apremia a marcharnos

Ni sana ni nutre.

11 de noviembre de 1959