Terminó el mes de la floración. La fruta está madura,
Comida o pasada. Soy toda boca[297].
Octubre[298] es el mes de almacenar.
En este cobertizo mohoso como el vientre de una momia[299]
Hay utensilios viejos, manijas y pasadores oxidados.
Me siento muy a gusto entre las cabezas muertas[300].
Voy a sentarme en esta maceta,
Las arañas no se percatarán.
Mi corazón es un geranio destallado[301].
Si por lo menos el viento dejara en paz mis pulmones…
Cuerpo-de-perro olfatea los pétalos que se abren hacia abajo,
Que cascabelean como matas de hortensias.
Colgadas desde ayer en las vigas del techo,
Las cabezas descompuestas me consuelan:
Residentes que no hibernan.
Cabezas de repollos: color púrpura carcomido, color plata pulida,
Un emplasto de wyethia[302], pieles apolilladas,
Pero con un corazón verde, y las venas blancas como el lardo.
¡Ah, la belleza del uso!
Las calabazas naranjas no tienen ojos.
Estas salas están llenas de mujeres que se creen pájaros.
Qué escuela tan sombría es ésta.
Soy una raíz, una piedra, un bolaño[303] de búho,
Sin sueños de ningún tipo.
Madre, tú eres la única boca
De la que quisiera ser lengua. Madre de la otredad:
Cómeme. Boca abierta del cesto, sombra de los portales.
Me dije: “Debo recordar esto: ser pequeña”.
Había unas flores tan enormes,
Bocas púrpuras y rojas, tremendamente hermosas.
Los aros hechos con madera de zarza me hacían llorar.
Ahora me iluminan como una bombilla,
Y no puedo recordar nada durante semanas.
Esta casa oscura, tan grande,
La hice yo, cavidad a cavidad,
Desde un rincón apacible,
Mascando papel gris,
Rezumando gotas de pegamento,
Silbando, moviendo las orejas,
Pensando en cualquier otra cosa.
¡Tiene tantísimas galerías,
Tantas hureras sinuosas!
Soy redonda como un búho,
Veo con la luz que emito.
Un día de éstos, bien podría parir cachorros,
O criar[304] un caballo. Mi vientre bulle:
Tendré que confeccionar más mapas[305].
¡Estos túneles medulares!
Con manos de topo, voy
Devorando mi camino. Todo-Boca[306]
Lame los arbustos, los pucheros de carne.
Vive en un pozo viejo,
En un agujero pedregoso. La culpa es suya.
Es un gordinflón.
Olor a guijarro, cámaras de nabos.
Unas minúsculas fosas respirando.
¡Humildes criaturillas!
Insignificantes y débiles como hocicos:
Aquí estaréis a gusto, y calientes,
En las entrañas de la raíz. Aquí tenéis
Una madre[307] dispuesta a mimaros.
Una vez fui normal:
Me sentaba bajo el algarrobo[309] de mi padre
A comer los dedos de la sabiduría[310].
Los pájaros daban leche[311].
Cuando tronaba, me escondía debajo de una losa.
La madre de las bocas no me quería.
El viejo[312] encogió hasta convertirse en un muñeco.
Oh, ya soy demasiado grande como para volver atrás:
La leche de los pájaros devino en plumas.
Las hojas del árbol, mudas como manos.
Este mes es poco apropiado.
Los muertos maduran en las vides.
Hay una lengua roja entre nosotras.
Madre: largo de mi corral.
Me estoy transformando en otra.
Cabeza-de-perro[313], devoradora:
Aliméntame con las bayas de lo oscuro.
Los párpados no se cerrarán. El tiempo
Desovilla su destello sin fin
Desde el gran ombligo del sol.
Y yo debo tragármelo todo.
Señora, ¿quién es esa gente de ahí, ebria de sueño
Y esparrancada en la cuba de la luna?
Bajo esta luz la sangre es negra.
Dime mi nombre.
Él era un hombre-toro antes,
Un rey para su muñeca[314], mi animal de la suerte.
Yo respiraba a mis anchas en su diáfana propiedad.
El sol anidaba en su axila[315].
Nada era malo ni horrible. Los pequeños seres invisibles
Estaban a su entera disposición.
Pero las hermanas azules me enviaron a otra escuela.
Mono[316] vivía bajo el bonete de burro.
No paraba de lanzarme besos,
Aunque yo apenas lo conocía.
Ahora no hay modo de librarse de él:
Mascullapatas[317], llorón y pesaroso,
Pequeña-alma fiel, el amigo de las entrañas.
Con un cubo de basura le basta.
La oscuridad es su hueso.
Aunque lo llames por otro nombre, siempre responde.
Cara-de-pocilga feliz, sumidero de fango.
Yo me casé con una despensa de desperdicios[318].
Me acuesto en una charca de peces.
Aquí abajo, el cielo siempre está cayendo.
Cerdo-revolcón está en la ventana.
Los bichos[319] de las estrellas no me salvarán este mes.
Hago mis labores en el lugar más recóndito de las vísceras del Tiempo[320]
Entre hormigas y moluscos, yo,
La Duquesa de la Nada,
La Novia del pasador de pelo.
Ahora el frío desciende cribando, capa por capa,
Hasta nuestra pérgola[321] en las raíces del lirio. Por encima
De nuestras cabezas, las viejas magnolias estivales
Se marchitan como manos sin vida[322]. Es difícil hallar cobijo
Aquí. Hora tras hora, el ojo del cielo agranda su absoluto
Dominio. Pero no por eso están más cerca las estrellas.
Boca-de-Rana y Boca-de-Pez beben ya
El licor de la indolencia, y todas las cosas se abisman
En una suave membrana[323] de olvido.
Los colores fugitivos mueren.
Las larvas del frígano dormitan en sus capullos de seda,
Las ninfas[324] de cabeza luminosa cabecean hasta quedarse dormidas como estatuas.
Las marionetas[325], libres de las cuerdas del titiritero,
Llevan máscaras de cuerno[326] al acostarse.
Esto no es la muerte, es algo más seguro.
Los mitos alados ya no nos arrastrarán:
Las mudas[327] son seres sin lengua que cantaban por encima del agua
Del gólgota en la punta de un junco,
Y ¿cómo un dios tan endeble como el dedo de un niño
Va a romper su cáscara e internarse en el aire?
Ya están amontonando la leña en la plaza del mercado.
Un matorral de sombras no es un buen refugio. Yo habito
Mi propia imagen de cera, el cuerpo de una muñeca.
El malestar empieza aquí: soy el blanco de las brujas.
Tan sólo el demonio[329] puede comerse al demonio.
En el mes de las hojas cárdenas, me encaramo a un lecho de fuego.
Es fácil echarle la culpa a la oscuridad: la boca de una puerta,
El vientre del sótano. Esta gente ha apagado mi bengala.
Una dama con élitros negros[330] me mantiene aquí encerrada, en la jaula de un loro.
¡Qué ojos tan grandes tienen los muertos!
Soy la amiga íntima[331] de un espíritu peludo.
Este frasco vacío echa anillos de humo.
Si me empequeñezco, no podré hacer daño.
Si no me muevo, no volcaré nada. Eso dije,
Sentada bajo la tapa de una olla, diminuta e inerte como un grano de arroz.
Ya están encendiendo los hornillos, llama tras llama.
Ah, mis pequeñas compañeras blancas: estamos llenas de almidón.
Crecemos. Al principio duele. Las lenguas rojas enseñarán la verdad.
Madre de los escarabajos, afloja un poco tu puño:
Atravesaré volando la boca de la vela como una polilla incombustible.
Devuélveme mi forma. Estoy dispuesta a declarar[332] los días
Que copulé con el polvo a la sombra de una piedra.
Mis tobillos coruscan. La claridad asciende por mis muslos.
Estoy perdida, estoy perdida, envuelta en el manto de toda esta luz.
Ésta es la ciudad donde arreglan a la gente.
Aguardo tendida sobre una gran bigornia.
El círculo del cielo azul mate
Voló como el sombrero de una muñeca
Cuando caí fuera de la luz. Entré
En el estómago de la indiferencia, en el armario silente.
La madre de los morteros me reduce.
Me transformo en un guijarro inmóvil.
Las piedras del vientre eran pacíficas,
La lápida muda, nada la zarandeaba.
Tan sólo el hueco de la boca rompió a sonar,
Grillo inoportuno
En una cantera de silencios.
Las gentes de la ciudad lo oyeron
Y, taciturnas, por separado, dieron caza a las piedras,
Mientras él les decía a gritos dónde se ocultaban.
Borracha como un feto,
Mamo los pechos de la oscuridad.
Las sondas me abrazan. Las esponjas me curan los líquenes
Con su beso. El maestro joyero hurga con su cincel
Y me labra un ojo de tigre[333].
Esto es el post infierno: ya veo la luz.
Un viento desatasca el pabellón
Del oído, ese viejo aprehensivo.
El agua ablanda el labio de sílex,
La luz del día esparce su mismidad por la pared.
Los injertadores[334] están contentos,
Calientan las pinzas, empuñan sus delicados martillos.
La corriente sacude los cables,
Voltio tras voltio. El hilo[335] sutura mis fisuras.
Un obrero pasa llevando mi torso rosado.
Los depósitos están llenos de corazones.
Ésta es la ciudad de las piezas de repuesto.
Mis piernas y mis brazos vendados
Exhalan un olor dulzón, como a goma.
Aquí te curan la cabeza, cualquier miembro.
Los viernes vienen los niños a que les cambien sus garfios
Por manos, y los muertos ceden sus ojos a los demás.
Mi enfermera calva lleva el amor por uniforme.
El amor, carne y sangre de mi maldición.
El florero, reconstruido, alberga
La rosa esquiva.
Diez dedos conforman un cuenco para las sombras.
Me pican las costuras. Qué se le va a hacer.
Pronto estaré como nueva.
4 de noviembre de 1959