La primera helada, y yo caminando entre los escaramujos, los dedos de los pies marmóreos
De las beldades griegas que trajiste
De entre el montón de reliquias europeas
Para endulzar tu franja de tierra de los bosques neoyorquinos.
Muy pronto, todas las damas blancas estarán resguardadas bajo tablas
Para evitar que el clima las resquebraje[291].
Con su aliento humeante, el mañoso lleva toda la mañana
Drenando los estanques de las carpas doradas,
Colapsados[292] como pulmones, mientras el agua se escapa
Deshilvanándose, filamento a filamento, hacia la pura
Tabla platónica[293] donde vive. Las crías de carpa
Revuelven el lodo como mondas de naranja.
Once semanas, y ya conozco tan bien tu finca
Que no necesito salir a verla.
Una autopista me acordona.
Traficando con sus venenos, los coches Bound[294] del norte y del sur
Aplastan las serpientes narcotizadas, convirtiéndolas en cintas.
Aquí las hierbas descargan sus pesares[295] en mis zapatos,
Los bosques crujen y se duelen, y el día se olvida de sí mismo.
Me asomo a este estanque drenado donde los peces diminutos
Se retuercen a medida que se congela el lodo.
Brillan como ojos mientras los recolecto.
La morgue de los viejos leños y de las viejas imágenes, el lago
Se abre y se cierra aceptándolos también entre sus reflejos.