118. PROPIEDAD PRIVADA[290]

La primera helada, y yo caminando entre los escaramujos, los dedos de los pies marmóreos

De las beldades griegas que trajiste

De entre el montón de reliquias europeas

Para endulzar tu franja de tierra de los bosques neoyorquinos.

Muy pronto, todas las damas blancas estarán resguardadas bajo tablas

Para evitar que el clima las resquebraje[291].

Con su aliento humeante, el mañoso lleva toda la mañana

Drenando los estanques de las carpas doradas,

Colapsados[292] como pulmones, mientras el agua se escapa

Deshilvanándose, filamento a filamento, hacia la pura

Tabla platónica[293] donde vive. Las crías de carpa

Revuelven el lodo como mondas de naranja.

Once semanas, y ya conozco tan bien tu finca

Que no necesito salir a verla.

Una autopista me acordona.

Traficando con sus venenos, los coches Bound[294] del norte y del sur

Aplastan las serpientes narcotizadas, convirtiéndolas en cintas.

Aquí las hierbas descargan sus pesares[295] en mis zapatos,

Los bosques crujen y se duelen, y el día se olvida de sí mismo.

Me asomo a este estanque drenado donde los peces diminutos

Se retuercen a medida que se congela el lodo.

Brillan como ojos mientras los recolecto.

La morgue de los viejos leños y de las viejas imágenes, el lago

Se abre y se cierra aceptándolos también entre sus reflejos.