Un árbol de los sueños, el árbol de Polly:
una enramada enmarañada,
cada rama con pintas
remata en una hoja fina
como el cristal, distinta
a cualquier otra,
o en una flor fantasma,
como el papel y
de un color
vaporoso como el aliento helado,
con más detalles que
un abanico de seda
de los que usan las damas chinas
para ventilar un huevo
de petirrojo. La semilla
de cabello plateado del algodoncillo
viene a posarse en él, frágil
como la aureola
radiante de una vela,
el halo de un fuego
fatuo o el soplo
de una nube, ladeando su
extraño candelabro.
Pálidamente iluminado por
los dientes de león de pábilo rizado,
las ruedas blancas de las margaritas
y de los pensamientos
con cara de tigre, resplandece. Oh, no
es un árbol común,
el árbol de Polly, ni tampoco
un árbol del paraíso, aunque
se despose con la escama de cuarzo,
la pluma y la rosa.
Brotó de su almohada
entero como una tela de araña,
estriado como una mano,
un árbol de los sueños. El árbol de Polly
luce un arco de corazones
sangrantes, perlados de lágrimas,
del día de San Valentín en su manga
y, coronándolo, una
estrella azul delfinio.