114. TOPOS AZULES[281]

I

Entre el fárrago oscuro destacan estos dos

Topos muertos en la rodera pedregosa,

Informes como un par de guantes desechados, a unos metros de distancia:

Dos jirones de ante azul mascados por un perro o por un zorro.

Uno sólo ya daría bastante pena de por sí,

Pequeña víctima desenterrada de su órbita subterránea,

De debajo de la raíz del olmo, por alguna criatura grande.

El hecho de que haya otro cadáver convierte en duelo el asunto:

Dos gemelos ciegos, mordidos por la vil naturaleza.

La lejana bóveda celeste está sana y diáfana.

Las hojas, al deshacer sus guaridas amarillas

Entre el camino y el agua del lago,

No revelan ningún espacio siniestro. Ahora

Los topos parecen tan neutrales como las piedras.

Sus morros en forma de sacacorchos, sus manos blancas,

Alzadas, fijas en una postura familiar.

Cuesta imaginar la clase de furia que los golpeó,

Ya disuelta, como el humo de una guerra de antaño.

II

De noche, estallan los gritos de la batalla

En los oídos del veterano, y de nuevo

Me introduzco en el suave pellejo del topo.

La luz es mortal para ellos: los agosta.

Mientras yo duermo, ellos se deslizan por sus estancias silenciosas,

Apartando la tierra con las palmas, zapadores

En pos de los gruesos hijos de las raíces y la roca.

De día, únicamente palpita la superficie del suelo.

Aquí abajo, uno está solo.

Las manos descomunales van por delante

Preparando un sendero: abriendo las vetas,

Excavando en busca de apéndices

De escarabajos, lechecillas, fragmentos de cerámica, algo que comer

Una y otra vez. Y de nuevo el paraíso

De la hartura final está tan lejos

De la puerta como siempre. Lo que ocurre entre nosotros

Ocurre en la oscuridad, se desvanece

Tan fácil y frecuentemente como el aliento.