Junto al portalón con una estrella y una luna
Labradas en su madera de naranjo descascarillada,
Yacía la serpiente de bronce bajo el sol,
Inerte como el cordón de un zapato; muerta
Pero aún flexible, con la mandíbula
Salida, torcida en una mueca,
Y la lengua como una flecha rosa.
La posé sobre mi mano, colgando.
Su diminuto ojo rojizo
Ardía en una llama vidriosa
Mientras yo la giraba bajo la luz
(Como los fragmentos granates
De una piedra que partí una vez).
El polvo apagaba el color ocre de su dorso
Igual que el sol destroza una trucha.
Y, aun así, su vientre conservaba el fuego
Que corría bajo la cota de malla,
Y las viejas joyas crepitaban allí
En cada una de las escamas opacas:
El ocaso visto a través de un cristal blancuzco[278].
Luego observé unos gusanos blancos, delgados como
Alfileres enroscándose en la negra magulladura
Donde las vísceras se habían hinchado,
Como si estuviesen digiriendo un ratón.
La serpiente, como un cuchillo, se había vuelto
El casto y puro metal de la muerte. El ladrillo
Lanzado por el guarda había perfeccionado su sonrisa[279].