104. LA HIJA DEL APICULTOR[260]

Un jardín de bocas pomposas. Púrpuras, con motas escarlatas, negras,

Las grandes corolas se dilatan, despojándose de sus sedas.

Su olor a almizcle lo invade todo, círculo tras círculo:

Un pozo de aromas demasiado densos, casi asfixiantes.

Tú, hierático en tu levita, gran maestro[261] de las abejas,

Te afanas entre las colmenas de múltiples pechos[262],

Yo, mi corazón bajo tu pie, hermana de una piedra.

Las gargantas[263] en forma de trompetilla se abren a los picos de los pájaros.

El Árbol de la Lluvia Dorada gotea sus dosis[264].

En estos minúsculos tocadores con rayas rojas y anaranjadas,

Las anteras saludan con la cabeza, capaces como reyes

De engendrar dinastías. El aire abunda. Aquí no hay madre

Que pueda refutar la monarquía de esta reina incontestable,

Un fruto que es una muerte que probar: oscura carne, oscuras mondaduras.

En sus madrigueras del grosor de un dedo, las abejas solitarias

Hacen sus labores entre las hierbas. Arrodillándome,

Echo un vistazo al agujero de una de las bocas y me topo con un ojo

Redondo, verde, desconsolado como una lágrima.

Padre, novio, en este huevo de Pascua

Bajo la corona de rosas de azúcar[265]

La abeja reina se desposa con el invierno de tu año.