100. SUICIDIO EN EGG ROCK[246]

Tras él, los perritos calientes hendidos y salpicados

En las parrillas públicas, y las salinas ocres,

Los tanques de gas, las chimeneas de las fábricas —todo ese paisaje

De imperfecciones del que sus entrañas formaban parte—

Ondulaba y latía en la vidriosa corriente del aire.

El sol fustigaba el agua como una condena.

No había ni un hueco de sombra al que arrastrarse,

Y la sangre insistía en su viejo tatuaje

Yo soy, yo soy, yo soy. Los niños chillaban

Donde rompe la marejada, y el rocío del mar,

Desgarrado por el viento, se deshilachaba desde la cresta de las olas.

Un chucho, ejercitando sus patas al galope,

Echó del arenal a una bandada de gaviotas.

El hombre estaba como ido[247], como ciego, como sordo,

Su cuerpo encallado en los residuos del mar,

Una máquina dispuesta a respirar y a latir para siempre.

Las moscas, internándose en fila por la cuenca de una raya muerta,

Asaltaban zumbando la cámara abovedada del cerebro.

Las palabras se retorcían como gusanos

Saliendo de las páginas de su libro[248].

Todo brillaba como un papel en blanco.

Todo se encogía bajo los rayos del sol

Corrosivo, salvo Egg Rock en su desgaste azul.

En el instante en que el hombre se adentró en el agua,

Oyó el estruendo de la olvidadiza marejada

Batiendo la espuma[249] en aquellos peñascos.