99. DOS ATISBOS EN UNA SALA DE AUTOPSIA[244]

I

El día en que visitó la sala de disección, tenían allí

Cuatro hombres, negros como pavos calcinados,

A medio despedazar. Las cubetas de los despojos

Que había junto a ellos olían a vinagre;

Los chicos con bata blanca empezaron a trabajar.

La cabeza del cadáver que le correspondía a su amigo

Se había derrumbado, y ella apenas pudo distinguir nada

Entre aquellos escombros de placas craneales y cuero viejo,

Sujetos por un macilento trozo de cuerda.

Conservados en frascos, los fetos con nariz de caracol,

Pequeñas lunas brillantes de mirada melancólica, sueñan[245].

Mientras, él le entrega el corazón que acaba de extirpar

Como si fuera una reliquia familiar resquebrajada.

II

En la escena panorámica que pintó Brueghel, esa carnicería

Rodeada de humo, sólo hay dos personas que, en su ceguera,

No ven el ejército carroñero: él, flotando en el mar de satén azul

De los ropajes de ella, canta de cara al hombro

Desnudo de su amada, mientras ella se inclina

Sobre él, con una partitura entre los dedos,

Sordos ambos a la fídula que sostiene en sus manos

La cabeza de la Muerte que ensombrece su canción.

Esos amantes flamencos florecen, sí, pero por poco tiempo.

Aun así, la desolación, detenida en el tiempo

Por la pintura, perdona la vida a ese pequeño

País necio, delicado que hay en la esquina inferior

De la parte derecha del cuadro.