Atraídos por el imán de la desgracia,
Merodean y fisgan como si la casa
Quemada fuera de ellos, o como si esperasen
Que en cualquier momento saliese del armario,
Asfixiado por el humo, un escándalo a la luz;
Ni las muertes ni las prodigiosas[241] maldiciones
Sacian a estos husmeadores de carne pasada,
De rastros de sangre derramada en severas tragedias.
Madre Medea, envuelta en su túnica verde,
Deambula con la humildad de cualquier ama de casa
Por sus estancias devastadas, haciendo inventario
De los zapatos calcinados, de los tapices amalgamados:
La turba, rabiosa y desilusionada[242]
Por haberse visto privada de la pira y del tormento[243],
Le sorbe la última lágrima y le da la espalda.