97. UN BARCO INVERNAL[235]

En este muelle no hay grandes desembarcos de los que hablar.

Las barcazas rojas y anaranjadas escoran, provocan burbujas,

Amarradas a la dársena, anticuadas, ostentosamente chillonas

Y aparentemente indestructibles.

El mar late bajo una capa de aceite.

Una gaviota mantiene su pose en la parhilera de una chabola,

Cabalgando en la corriente del viento, firme

Como la madera, y tan formal, con su chaqueta de cenizas,

Igual que todo el puerto en sí, tan muerto, permanece anclado

En el redondel de este botón-ojo[236] amarillo.

Un dirigible flota en lo alto, como una luna de día o una lata

De puros[237], sobre su pista de peces.

La perspectiva es sombría, como en un viejo aguafuerte.

Ahora están descargando tres toneles de cangrejos pequeños.

Los pilares del embarcadero parecen estar a punto de desmoronarse,

Y, con ellos, ese desvencijado conjunto

De almacenes, grúas, chimeneas y puentes

Que se ve a lo lejos. Rodeándonos por todas partes, el agua se desliza

Y chismorrea en su suelta lengua vernácula,

Transbordando los olores a bacalao muerto y a alquitrán.

Más a lo lejos, las olas estarán mascullando tartas heladas[238]:

Un mal mes, éste, para los que duermen en los parques y para los amantes.

Incluso nuestras sombras están moradas de frío.

Queríamos ver salir el sol y, en cambio,

Nos encontramos con este barco de costillas[239] congeladas,

Barbado y sin resuello, un albatros de escarcha,

Reliquia de un tiempo endiablado, con los cabestrantes y los estays

Revestidos de una película vidriosa.

Pero el sol pronto la fundirá:

Las crestas de las olas refulgen ya como un cuchillo.