La blancura es lo que recuerdo
De Sam: la blancura y el carrerón
Que me dio. Desde entonces, no he ido a ningún lado,
E ir no ha sido más que un manso desviarse. Blanco,
Pero no el de los heráldicos sementales: el blanco grisáceo
Del caballo de carga cuyo historial
Vulgar y aburrido, cuya sobriedad
Probada, tan sólo sirve para alquilarlo
A los novatos y a los tímidos. Pero
Aunque el seguro tono grisáceo rebajaba
Ese blanco suyo, jamás le agrisó el carácter.
Veo a Sam, caballo blanco, tozudo, de ideas fijas,
El primero que yo montaba, tan alto como un techo,
Su trote nítido desestabilizando mi postura tensa,
Estremeciendo el verdor firmemente enraizado
De los setos campestres y de los prados de vacas
Con su paso mareante. Entonces, por mala fe
O para ponerme a prueba, de golpe todo,
La hierba fluyendo a raudales, las casas un río
De pálidas fachadas, los techos de paja, la carretera dura
Un yunque, los cascos cuatro martillos sacudiéndome
Y lanzándome al espacio de su vapuleo,
Los estribos deshechos, y el decoro. Y
Nada iba a frenarlo, ni tirar de las riendas, ni su nombre,
Ni los gritos de los viandantes: el tráfico de la encrucijada
Atascándose y subiéndose a la acera al verlo venir,
El mundo subyugado por su carrera, por él.
Yo me aferré a su pescuezo. Mi determinación
Me simplificó: un jinete, cabalgando
Inquebrantable sobre el azar, sobre unos cascos
Pesados, por la capa rocosa de la tierra. A punto de caer
Arrojada y no: el miedo y la prudencia, juntos: todos los colores
Girando hasta detenerse en una sola blancura: la de Sam.
9 de julio de 1958