81. INCOMUNICADA[196]

La marmota en la montaña no salió huyendo

Sino que correteó pesadamente hasta un helecho desplegado

Y me hizo frente, acorralada por una cornisa de tierra,

Castañeteando sus amarillentos dientes de roedor

Ante mí, que la observaba agachada, sin querer intercambiar

Por ese cauteloso matraqueo ningún sonido o gesto

De amor: las zarpas bien afirmadas, en peligro —mi valía[197], no la suya.

Encuentros así no se dan nunca en los cuentos de hadas[198],

En los que las marmotas que hallan el amor aman a su vez,

Y en los que la regla general es hablar sin tapujos, ya sea con afecto

U hostilidad que ningún rudo animal malinterpreta.

Pero qué desgracia la mía. Las lenguas son algo extraño,

Los signos no dicen nada. El halcón que habla a las claras

A la joven Canace[199] le grita un galimatías a su tosco oído.