La marmota en la montaña no salió huyendo
Sino que correteó pesadamente hasta un helecho desplegado
Y me hizo frente, acorralada por una cornisa de tierra,
Castañeteando sus amarillentos dientes de roedor
Ante mí, que la observaba agachada, sin querer intercambiar
Por ese cauteloso matraqueo ningún sonido o gesto
De amor: las zarpas bien afirmadas, en peligro —mi valía[197], no la suya.
Encuentros así no se dan nunca en los cuentos de hadas[198],
En los que las marmotas que hallan el amor aman a su vez,
Y en los que la regla general es hablar sin tapujos, ya sea con afecto
U hostilidad que ningún rudo animal malinterpreta.
Pero qué desgracia la mía. Las lenguas son algo extraño,
Los signos no dicen nada. El halcón que habla a las claras
A la joven Canace[199] le grita un galimatías a su tosco oído.