80. EN EL PAÍS DE MIDAS[194]

Prados de polvo dorado. Las corrientes plateadas

De Connecticut se esparcen y serpentean

En suaves pliegues, al pie de las granjas levantadas

A orillas del río, donde emblanquecen las cabezas de centeno.

Todo está pulido hasta lucir un brillo apagado,

A la luz de la luna sulfurosa. Nosotros

Nos movemos con la indolencia de los ídolos

Bajo los grandes fanales del cielo, y grabamos

La marca de nuestros miembros en un campo de paja

Y solidagos[195] como en una hoja de pan de oro.

Esto debe de ser el cielo, esta estática

Plenitud: manzanas doradas en la rama,

Jilguero dorado, carpa dorada, ocelote dorado

—Inmóviles en un gigantesco tapiz—

Y amantes cariñosos, afables como palomas.

Ahora, la carrera de los esquiadores sobre el agua,

Afirmando sus rodillas. Sujetos a unas cuerdas de remolque

Invisibles, hienden la pátina reverdescente del río:

El espejo vibra hasta volverse añicos.

Después, cabriolean como payasos de circo.

A nosotros también nos arrastran, aunque nos gustaría detenernos

En esta ribera ambarina donde las hierbas blanquean.

El granjero ya está a punto de recoger la cosecha,

Agosto le da a todo su toque de rey Midas,

El viento revela un paisaje aún más de pedernal.