Prados de polvo dorado. Las corrientes plateadas
De Connecticut se esparcen y serpentean
En suaves pliegues, al pie de las granjas levantadas
A orillas del río, donde emblanquecen las cabezas de centeno.
Todo está pulido hasta lucir un brillo apagado,
A la luz de la luna sulfurosa. Nosotros
Nos movemos con la indolencia de los ídolos
Bajo los grandes fanales del cielo, y grabamos
La marca de nuestros miembros en un campo de paja
Y solidagos[195] como en una hoja de pan de oro.
Esto debe de ser el cielo, esta estática
Plenitud: manzanas doradas en la rama,
Jilguero dorado, carpa dorada, ocelote dorado
—Inmóviles en un gigantesco tapiz—
Y amantes cariñosos, afables como palomas.
Ahora, la carrera de los esquiadores sobre el agua,
Afirmando sus rodillas. Sujetos a unas cuerdas de remolque
Invisibles, hienden la pátina reverdescente del río:
El espejo vibra hasta volverse añicos.
Después, cabriolean como payasos de circo.
A nosotros también nos arrastran, aunque nos gustaría detenernos
En esta ribera ambarina donde las hierbas blanquean.
El granjero ya está a punto de recoger la cosecha,
Agosto le da a todo su toque de rey Midas,
El viento revela un paisaje aún más de pedernal.