78. AL SALIR LA LUNA[186]

Las moras, blancas como larvas, enrojecen entre las hojas.

Ahora saldré a sentarme como ellas, vestida de blanco,

Sin hacer nada. El jugo de julio redondea sus protuberancias.

Este parque se ha cebado de pétalos idiotas[187].

Las flores blancas de la catalpa se encastillan, se desmoronan,

Arrojan una sombra blanca y redonda al fallecer.

Una paloma timonea el blanco abanico de su cola

Y aterriza. Suficiente vocación: abrir y cerrar

Pétalos blancos, timoneras blancas, diez dedos blancos.

Suficiente para que las uñas de los dedos creen medias lunas

Que enrojezcan en unas palmas blancas a las que ninguna labor enrojezca.

Blancas magulladuras coloreándose, lo demás colapsa[188].

Las moras enrojecen. Un cuerpo de blancura se pudre

Y apesta bajo su lápida, por mucho que el cuerpo

Salga de la tumba con su nueva vestidura inmaculada.

Desde aquí puedo oler esa blancura, bajo las piedras

Donde las hormigas acarrean sus huevos, y las larvas engordan.

La muerte puede blanquear bajo el sol o lejos de él.

La muerte puede blanquear dentro o fuera del huevo.

No puedo apreciar ningún otro color a causa de esta blancura.

El blanco: un tono, un aspecto de la mente[189].

En vano me canso imaginando blancos Niágaras

Irguiéndose[190] desde la raíz de una roca, como se yerguen las fuentes

Contra la pesada imagen de su caída.

Lucina[191], madre huesuda que laboras

Entre las blancas estrellas conectadas[192]: tu rostro

Candoroso separa la carne blanca del hueso blanco.

Eres tú la que arrastras a nuestro anciano padre barbicano,

Andrajoso[193] y fatigado. Las moras se vuelven púrpuras

Y sangran. El blanco estómago aún puede madurar.