73. LA DESPEDIDA DEL FANTASMA[172]

Adéntrate en la helada tierra de nadie a eso de

Las cinco de la mañana, en el vacío incoloro

Donde la cabeza despertadora[173] asalta el cenagoso lote

De los sulfurosos paisajes oníricos y de los oscuros enigmas lunares

Que, al soñarlos, parecían significar algo profundo, crucial,

Preparada ya para afrontar esta creación prefabricada

De sillas, escritorios y sábanas retorcidas por el sueño.

Éste es el reino de la aparición mortecina, desvaída,

Éste el fantasma oracular que va menguando sobre sus piernas de alfiler

Hasta volverse un nudo de ropa blanca, con un clásico hato de sábanas

Alzado, a modo de mano, en emblemática señal de despedida.

En ese cruce entre dos mundos y dos modos de tiempo

Absolutamente incompatibles, la cruda materia

De nuestros vulgares pensamientos asume la aureola

De la gloriosa revelación. Y así se marcha.

La silla y el escritorio son los jeroglíficos

De alguna divina declaración que las cabezas despertadas ignoran:

Así, estas sábanas expuestas, antes de quedar en nada,

Nos hablan, en su lenguaje de signos, de una ultratumba perdida,

De ese otro mundo que perdemos nada más despertar.

Arrastrando sus delatores andrajos tan sólo hasta el confín

Más alejado de nuestra mundana visión, este espectro se despide

Alzando la mano, adiós, adiós, no bajando

A la molleja rocosa de la tierra, sino

A una región donde nuestra densa atmósfera

Merma, y sabe Dios lo que hay.

Un signo de exclamación marca ese cielo

Con su resonante color naranja, como una zanahoria estelar.

Su redonda conclusión, desplazada y verde,

Cuelga a su lado, el primer punto, el inicial

Punto del Edén, junto a la curva de la luna nueva.

Pero vete ya, fantasma de nuestra madre y de nuestro padre, fantasma

De todos nosotros, y también de nuestros sueños infantiles,

Con esas sábanas que significan nuestro principio y nuestro fin,

A la tierra de la nube del cuco poblada de ruedas de colores,

De prístinos alfabetos y vacas que mugen

Y mugen mientras saltan por encima de unas lunas tan nuevas

Como la cúspide flamante hacia la que viajas ahora.

Salve y adiós. Hola, hasta nunca. Oh guardián

Del profano grial, de la calavera soñadora.