64. EL ENCANTADOR DE SERPIENTES

Así como los dioses crearon un mundo, y el hombre otro,

El encantador de serpientes crea una esfera serpentina con un ojo luna

Y una boquilla de zampoña. Y luego toca. Toca el son verde. Toca el son agua.

Toca el son agua verde hasta que las aguas verdes se encrespan

Originando extensiones de alcacer[139], y lengüetas de tierra, y ondas enormes.

Y, cuando sus notas se enroscan verdes, el río verde

Adopta las formas que le transmiten sus canciones.

El encantador toca y se yergue un lugar, pero sin rocas,

Sin suelo: una oleada de lenguas de hierba titilantes

Soporta sus pies. Toca y origina un mundo de serpientes,

De ondulaciones y espirales, desde el fondo de su mente

Enraizada con serpientes. Y por eso ahora no se ve nada

Más que serpientes. Las escalas serpentinas se transforman

En hoja, se transforman en párpado; cuerpos de serpiente, rama, pecho

Arbóreo y humano. Y él, en este reino de serpientes,

Regula las contorsiones que ponen de manifiesto

Su serpentinidad y su poder con las flexibles melodías

Que surgen de su fina flauta. Surgiendo de este verde nido,

Como surgiendo del ombligo del Edén, se retuercen las líneas

De infinitas generaciones serpentinas: ¡Que haya serpientes!

Y serpientes hubo, las hay y las habrá, hasta que el flautista

Bostece de aburrimiento y, harto ya de su música,

Toque y devuelva el mundo a su estado primigenio

De tejido, de urdimbre de serpiente; que toque y funda esa tela de serpientes

Otra vez en aguas verdes, hasta que ninguna serpiente

Asome ya la cabeza, y esas verdes aguas vuelvan a ser

Sólo agua, sólo verde, nada semejante a una serpiente.

Entonces guardará su flauta y eclipsará las lunas de sus ojos.