63. SOBRE EL DECLIVE DE LOS ORÁCULOS[137]

Mi padre conservaba una caracola abovedada

Junto a dos veleros de bronce con los que sujetaba sus libros,

Y, cuando yo me ponía a escuchar, sus fríos dientes espumaban

Con voces de ese mar ambiguo

Que añoraba el viejo Böcklin, quien solía agarrar una concha

Para oír el oleaje que ya no podía oír.

Lo que esa concha le decía a su oído interior

Sólo él lo sabía, no los campesinos.

Mi padre murió y, al morir,

Nos legó sus libros y su caracola.

Los libros ardieron, el mar se llevó la caracola,

Pero yo aún conservo las voces

Que dejó en mis oídos, y en mis ojos

La imagen de esas olas azules, nunca vistas,

Por las que sigue penando el espectro de Böcklin,

Mientras los campesinos celebran fiestas y se multiplican.

Eclipsando el buey[138] espetado, no veo

Ni el cisne descarado ni la estrella ardiente,

Blasones de una edad más acerba,

Sino a tres hombres entrando en el patio,

Tres hombres subiendo las escaleras.

Infructuosas sus chismosas imágenes

Invaden el ojo claustral como páginas

De una burda tira cómica, y hacia

Lo que acontece en este acontecimiento

La tierra vuelve su rostro. Dentro de media hora

Bajaré las ruinosas escaleras y me toparé

Con los tres hombres que suben. Este futuro

No vale nada, comparado con el presente, con el pasado.

No vale nada esta visión ante los ojos ya apagados

Que antaño vieron desmoronarse las torres de Troya

Y huir del norte la maldad.