Mi padre conservaba una caracola abovedada
Junto a dos veleros de bronce con los que sujetaba sus libros,
Y, cuando yo me ponía a escuchar, sus fríos dientes espumaban
Con voces de ese mar ambiguo
Que añoraba el viejo Böcklin, quien solía agarrar una concha
Para oír el oleaje que ya no podía oír.
Lo que esa concha le decía a su oído interior
Sólo él lo sabía, no los campesinos.
Mi padre murió y, al morir,
Nos legó sus libros y su caracola.
Los libros ardieron, el mar se llevó la caracola,
Pero yo aún conservo las voces
Que dejó en mis oídos, y en mis ojos
La imagen de esas olas azules, nunca vistas,
Por las que sigue penando el espectro de Böcklin,
Mientras los campesinos celebran fiestas y se multiplican.
Eclipsando el buey[138] espetado, no veo
Ni el cisne descarado ni la estrella ardiente,
Blasones de una edad más acerba,
Sino a tres hombres entrando en el patio,
Tres hombres subiendo las escaleras.
Infructuosas sus chismosas imágenes
Invaden el ojo claustral como páginas
De una burda tira cómica, y hacia
Lo que acontece en este acontecimiento
La tierra vuelve su rostro. Dentro de media hora
Bajaré las ruinosas escaleras y me toparé
Con los tres hombres que suben. Este futuro
No vale nada, comparado con el presente, con el pasado.
No vale nada esta visión ante los ojos ya apagados
Que antaño vieron desmoronarse las torres de Troya
Y huir del norte la maldad.