No era un corazón, latiendo,
Aquel retumbo sordo, aquel clamor
Lejano; no era el percutir de la sangre
En los oídos, intensificando una fiebre
Que imponer a la noche.
El ruido venía de fuera:
Un detonante metálico,
Propio, a todas luces, de
Aquellos suburbios aquietados: nadie
Parecía sobresaltado por aquel sonido
Que hacía temblar la tierra con su martilleo,
Y que se iba enraizando a medida que me acercaba
A la fuente de sus secos reverberos, expuesta,
Aturdida por mi errónea conjetura:
Enmarcados por las ventanas de la fábrica
De plata de la calle principal, unos inmensos
Martillos alzados, varias ruedas de engranaje
Atascadas, dejaban caer su vertical
Tonelaje de madera y metal,
Golpeando la médula. Varios hombres
En camiseta blanca daban vueltas, manejando
Sin cesar aquellas máquinas engrasadas,
Manejando, sin cesar, la brutal,
Incansable realidad.