58. EL GRAN CARBUNCLO[120]

Subimos a lo más alto del páramo

Atravesando la corriente caudalosa, teñida de verde, del aire

En el que las granjas de piedra zozobraban,

Los valles de pastos se transformaban

Bajo una luz que no era la del alba

Ni la del ocaso, nuestras manos, caras

Relucientes como porcelanas, exentas

De la demanda y del peso de la tierra.

Aquella transfiguración fue lo que impulsó

A los ocho peregrinos hacia su fuente,

Hacia aquella gran joya mostrada con frecuencia

Pero jamás entregada; oculta, aunque

A la vez vista

En lo alto del páramo, en el fondo del mar,

Reconocible tan sólo por esa luz

Diferente a la del mediodía, a la de la luna, las estrellas—

Mientras el camino antaño conocido devenía en otro

Completamente distinto, y nosotros también

Diversos[121], transformados, suspendidos allí

Donde se dice que hay ángeles, claramente

Flotando, entre las mesas y las sillas

Que flotan. La fuerza de la gravedad desaparece

En el ascenso y en el descenso, en la deriva

De un elemento más leve

Que la tierra, y no hay nada

Tan fino que no podamos hacerlo.

Pero acercarse significa distanciarse:

En el regreso a casa común,

La luz se retira. Las sillas, las mesas caen

De golpe: el cuerpo pesa como una roca.