Aquel altivo monarca, el Monarca de la Mente,
Reinaba con su sangre azul en un país vulgar;
Aunque dormía en armiño y se atracaba de asado,
La Filosofía Pura, su auténtica pasión, le absorbía los sesos.
Mientras sus súbditos pasaban hambre y penurias,
Él conversaba con las estrellas y los ángeles,
Hasta que, hartos de los devotos aires de su regente,
Aquellos seres vinculados a la tierra se alzaron como un solo cuerpo
Y ataron los nervios reales al potro de tortura.
Entonces el Rey Lumbrera vio resquebrajarse su poder,
Su corona usurpada por la frente de baja estofa
Del bárbaro y vil Príncipe Ay.