55. TODOS LOS MUERTOS QUERIDOS[116]

En el Museo Arqueológico de Cambridge, hay un sepulcro

de piedra, del siglo IV a. C., que contiene los esqueletos

de una mujer, un ratón y una musaraña. El hueso del tobillo

de la mujer está Ligeramente roído.

Tiesa como una vela, sobre su espalda,

Engalanada únicamente con una mueca granítica,

Esta antigua dama, conservada en un museo,

Yace acompañada por las reliquias frusleras

De un ratón y de una musaraña

Que durante un día engordaron a costa de su tobillo.

Estos tres seres, sacados ahora a la luz,

Testimonian secamente el juego brutal

De la lucha por la supervivencia,

Ante el cual apartaríamos la vista de no haber oído

A las estrellas triturar, grano a grano,

Nuestra propia molienda hasta los huesos.

¡Ah, cómo se aferran a nosotros, contra viento y marea,

Estos percebes muertos!

Esta dama no es nada

Mío, y sin embargo lo es, y estaría dispuesta

A chuparme la sangre y sorberme el tuétano

Para demostrarlo. Mientras observo su cabeza,

Desde el azogue del espejo

Mi madre, mi abuela y mi bisabuela

Extienden sus manos de brujas para llevarme adonde ellas,

Y una imagen amenazadora emerge a la superficie del estanque

Donde el necio de mi padre se hundió

Con unas aletas anaranjadas de pato cerniendo sus cabellos…

Todos los seres queridos que murieron hace tiempo

Regresan pronto, sin embargo,

Muy pronto. Ya sea en los velatorios, en las bodas,

En los partos o en una barbacoa familiar:

Basta un roce, un sabor, un olor penetrante

Para que esos proscritos cabalguen[117] de vuelta

Al hogar y al santuario: a usurpar nuestro sillón

Entre el tic

Y el tac del reloj, hasta que nosotros, Gulliveres

Cadavéricos[118], infestados de espectros, también nos vamos

A yacer con ellos, estancados

En su mismo punto muerto, tomando las raíces por cunas de roca.