Buscando alguna presa entre el persistente
Batiburrillo de lápices despuntados, tazas de café
Decoradas con rosas, sellos de correo, el clamor y el griterío
De los libros apilados, el canto del gallo de la vecindad,
La multitud de impertinencias de todo tipo,
La mente jactanciosa
Desdeña las improvisadas
Peroratas del viento
Y lucha por imponer
Su propio orden a lo que existe.
“Con sólo mi fantasía”, alardea la importunada cabeza,
Arrogante entre los espacios con lengua de grajo,
Los prados de ovejas, la cascada con aletas,
“Provocaré una crisis que dejará sin sentido al cielo,
Enloquecerá con su imposible galimatías
A la trucha, al gallo, al carnero,
Que crecen tan panchos
Ante mi celosa mirada,
Autosuficientes
Como lo son”.
Pero ninguna verde patraña angelical
Adamasca con su brillo cegador el ojo raído:
“Mi problema, doctor, es que: veo un árbol,
Y ese condenado, escrupuloso árbol
No realiza ningún truco
Para embelecar a la vista;
P. ej., sesgando la luz,
Urdir una Dafne;
Pero no: mi árbol
Sigue siendo un árbol.
Por mucho que intento doblegar esa corteza,
Ese tronco, obstinados a mi dulce voluntad,
Ninguna figura luminosa se materializa
En miembros, ojos, labios radiantes,
Para engatusar a la sincera tierra que desprecia
Rotundamente ficciones
Tales como las ninfas;
La fría visión
No se deja embaucar
Con falsificaciones.
Seguro que en este otoño pródigo en sueños, algún hombre
Con ojos alunados, bendecido por las estrellas y con dotes de ilusionista,
Observa a la damisela que me ha dejado plantada,
La moneda que malgasté, el caudal de hojas doradas
Que perdí, y hasta el aire opulento
Corre tachonado de semillas,
Mientras este pobre cerebro mío,
En lugar de amasar fortuna,
Se limita a robar al follaje
Y a la hierba, lo poco que tienen”.