Percutiendo aquella calle acerada,
Sus pies de sílex provocaban una algarabía de ecos
Que iban clavándose como anzuelos color azul lunar por todo el pueblo
Negro, hecho de piedra, hasta el punto de que ella oía
Cómo el aire veloz prendía su yesca y vibraba
Un abanico de cohetes resonando de una pared
A otra de las oscuras casas reducidas.
Pero los ecos fueron extinguiéndose tras ella mientras las paredes
Daban paso a los campos y al incesante bullir de las hierbas
Cabalgando bajo la plenitud
De la luna, las crines al viento,
Incansables, atadas, como un mar sujeto a la luna
Ondula sobre su raíz. Aunque una niebla espectral
Se levantó del valle resquebrajado y quedó flotando encima,
A la altura de sus hombros, no sainó
A ningún fantasma de rasgos familiares,
Como tampoco ninguna palabra dio cuerpo y nombre
Al estado blanco, vacío en el que ella se adentraba. Tras dejar atrás
Aquel pueblo habitado por el sueño, sus ojos no recrearon ningún sueño,
Y el polvo del hombre del saco[107]
Perdió lustre bajo las plantas de sus pies.
El viento vasto, dilatado hasta reducirla
A una pizca de llama, silbaba su agobio
En la caracola de su oído, y su cabeza, igual que la cima cortada
De una calabaza, abovedaba aquel bullicio babélico.
Todo lo que la noche le dio, a cambio
Del mísero regalo de su bulto y del latido
De su corazón, fue el indiferente hierro combado
De sus colinas, y sus pastos bordeados por una pila de piedras
Sobre piedras negras. Los establos
Guardaban camadas de crías y desechos
Junto a las puertas cerradas; las vacas descansaban
Arrodilladas en el prado, mudas como peñascos;
Las ovejas sesteaban, custodiadas por las piedras, en sus matas de lana,
Y los pájaros, dormidos en sus ramas, llevaban
Golillas de granito, sus sombras
Eran el disfraz de las hojas. Todo el paisaje
Se cernía amenazador como el mundo antiguo que fue
Otrora, en su primitivo y poderoso vaivén de linfa y de savia,
Inalterado por los ojos,
Lo bastante como para apagar el núcleo
De su pequeño ardor; pero, antes de que el peso
De aquellas piedras y de aquellas colinas de piedras la triturase
Hasta convertirla en mera arenisca de cuarzo bajo aquella luz pétrea,
Ella dio media vuelta.