49. HARDCASTLE CRAGS[106]

Percutiendo aquella calle acerada,

Sus pies de sílex provocaban una algarabía de ecos

Que iban clavándose como anzuelos color azul lunar por todo el pueblo

Negro, hecho de piedra, hasta el punto de que ella oía

Cómo el aire veloz prendía su yesca y vibraba

Un abanico de cohetes resonando de una pared

A otra de las oscuras casas reducidas.

Pero los ecos fueron extinguiéndose tras ella mientras las paredes

Daban paso a los campos y al incesante bullir de las hierbas

Cabalgando bajo la plenitud

De la luna, las crines al viento,

Incansables, atadas, como un mar sujeto a la luna

Ondula sobre su raíz. Aunque una niebla espectral

Se levantó del valle resquebrajado y quedó flotando encima,

A la altura de sus hombros, no sainó

A ningún fantasma de rasgos familiares,

Como tampoco ninguna palabra dio cuerpo y nombre

Al estado blanco, vacío en el que ella se adentraba. Tras dejar atrás

Aquel pueblo habitado por el sueño, sus ojos no recrearon ningún sueño,

Y el polvo del hombre del saco[107]

Perdió lustre bajo las plantas de sus pies.

El viento vasto, dilatado hasta reducirla

A una pizca de llama, silbaba su agobio

En la caracola de su oído, y su cabeza, igual que la cima cortada

De una calabaza, abovedaba aquel bullicio babélico.

Todo lo que la noche le dio, a cambio

Del mísero regalo de su bulto y del latido

De su corazón, fue el indiferente hierro combado

De sus colinas, y sus pastos bordeados por una pila de piedras

Sobre piedras negras. Los establos

Guardaban camadas de crías y desechos

Junto a las puertas cerradas; las vacas descansaban

Arrodilladas en el prado, mudas como peñascos;

Las ovejas sesteaban, custodiadas por las piedras, en sus matas de lana,

Y los pájaros, dormidos en sus ramas, llevaban

Golillas de granito, sus sombras

Eran el disfraz de las hojas. Todo el paisaje

Se cernía amenazador como el mundo antiguo que fue

Otrora, en su primitivo y poderoso vaivén de linfa y de savia,

Inalterado por los ojos,

Lo bastante como para apagar el núcleo

De su pequeño ardor; pero, antes de que el peso

De aquellas piedras y de aquellas colinas de piedras la triturase

Hasta convertirla en mera arenisca de cuarzo bajo aquella luz pétrea,

Ella dio media vuelta.